lunes, 17 de junio de 2013

“Busco hombre acuerpado y cero plumas”


Manuel Velandia. Foto: Juan Sanz
¿A qué le atribuye la discriminación que se dice existe entre algunos hombres homosexuales por razón de su apariencia o comportamiento?
Con Leonardo Davinci surgió un patrón ideal de belleza masculina. Ese hombre ideal no existe en la realidad. Los primeros modelos atléticos aparecieron en “Physique Pictorial” y desde esa revista se fortaleció la idea del hombre masculinizado en el gimnasio como el modelo del cuerpo deseado por los hombres homosexuales. Por otra parte, el peso de la homofobia internalizada lleva a la discriminación, no solo de sí mismo, sino del otro que es percibido como la imagen amanerada de lo que se teme proyectar. Emerge así el temor a la “pluma” o más concretamente a la “pluma propia”, como algo que el otro le recuerda. Mientras no nos reconozcamos como seres únicos, no reconoceremos al otro como un auténtico otro.

¿Existe entre buena parte de hombres homosexuales un “culto al cuerpo”?
La publicidad se ha valido del imaginario de la masculinidad física con músculos como símbolo de la belleza. Con ese patrón, algunos hombres homosexuales se miden a sí mismos y a los otros. Los cuerpos masculinos también se entienden como mercancía y como tal se promocionan y se adquieren, porque en muchos casos el otro es un objeto, una cosa para mostrar, para consumir. Al pensarse como mercancía, el hombre homosexual transforma las redes sociales en un escaparate y su imagen en una representación de la mercancía que pretende ofertar. No todos los homosexuales tienen el mismo patrón de belleza, también hay osos, cazadores, cachorros, admiradores, reinonas, etc. Hay una gran diversidad de imaginarios, representaciones y modelos. Creo que lo importante es ser consientes de qué se quiere ser y por qué y no resultar siendo o exigiendo a los demás por negación a sí mismo.

¿Qué opina de la manera en que algunos hombres homosexuales se anuncian (con fotos de la zona genital, de los glúteos o sin ropa) en grupos y redes sociales concebidas para concretar encuentros entre ellos?
Quien frecuenta las páginas de encuentro no suele hacerlo por azar sino porque sabe lo que quiere, aún cuando algunos llegan allí por casualidad se quedan porque lo desean. Cada cual se promociona como le plazca y está en su derecho a optar por ello. Yo no pongo fotos de mi pene, creo que lo más bello de mí está en mi cerebro y no en el culo, por ejemplo. Pero si la persona cree que tiene una verga que saca la cara por él, pues tiene derecho a mostrar su mejor imagen.
Los hombres gays suelen tener un valor sobre el cuerpo diferente al que le dan las mujeres: antes que gays son machos y, como tales, algunos consideran que la masculinidad está relacionada con ser un semental. Los hombres en general tienen un mayor número de parejas sexuales que las mujeres, pero la moralidad judeocristiana olvida que en el intercambio genital hay erotismo, deseo, placer, sensibilidad y goce.
Las personas deberían tener el número de relaciones genitales que necesitan siempre y cuando no vulneren a los demás para conseguirlo y no nieguen sus propios valores cuando lo hacen. Cada cual sabe cuánto y qué necesita y, si para ser feliz lo logra, me parece bien. El problema es que solemos dar más valor al “qué dirán” que a ser honestos con nosotros mismos y con los otros.

¿Qué tan frecuente es el matoneo entre los hombres gays cuando no se cumple con ciertos parámetros físicos o manera de vestir, por ejemplo?
Existen varias éticas: la que cree que el otro solo es valioso en cuanto más poder económico tenga y por la que se rechaza al pobre. La que valora el intercambio en la que solamente se da algo si se recibe algo a cambio. Está la ética que asume al otro como cosa y como tal se le trata: cosa fea, cosa bonita o cosa “bien vestida”. En esta ética, el otro es una mercancía y tiene un valor de uso y de cambio. También hay una ética en la que el otro es reconocido como un ser auténtico.
Cada cual vive en una de esas éticas o en una mezcla de una y otra. El matoneo se presenta cuando desde la ética particular, el otro no es reconocido en sí mismo sino desde esa cosa, mercancía, pobreza o belleza con la que se mide al ser humano. El matoneo es más frecuente de lo que se cree, pero menos visible de lo que debiera ser, tal vez porque estamos acostumbrados al rechazo, al estigma y a la discriminación y, mientras no nos sintamos víctimas, no nos afecta lo que le sucede al otro.

¿Cuál sería su propuesta para empezar a superar esos “mandatos” como que los hombres gays deben ser “masculinos” o “cero plumas”?
La sociedad ideal solo existe como modelo. Mientras alguien se asuma como mercancía no le afectará tratar al otro en iguales condiciones. Yo abogo por el derecho a la “pluma”, al amaneramiento masculino o femenino, a querer compartir el culo, a penetrar solamente o a tener prácticas orales. No somos más o menos maricas por hacer lo uno o lo otro, pero somos peores seres humanos cuando le negamos al otro el derecho a ser lo que quiere.