martes, 17 de enero de 2012

La semblanza de una mariposa: una novela autoetnográfica

Manuel Antonio Velandia Mora
 España, enero de 2012

 Este post, más que una crítica literaria es una reflexión sobre una novela que debe ser leída.

Con tan poco tiempo que me queda de la escritura de mi tesis doctoral en la Universidad del País Vasco, son aún más pocas las oportunidades que tengo para ponerme a leer literatura, sin embargo aprovechando que al mismo tiempo vinieron a mis manos los libros “Yo no vengo a decir un discurso” de Gabriel García Márquez y “La semblanza de una mariposa” de Jorge Alberto Gardeazábal Delgado” decidí darme un descanso y ojearlos.

Lo primero que leí fue el primer discurso de García Márquez “La academia del saber”, me transportó mentalmente a la despedida de promoción de mi formación como filósofo, en la que algunos de mis compañeros se molestaron cuando en la cafetería central de la universidad, brindando con un refresco, dije “Queridos ya tenéis el título, ahora sólo os falta aprender a pensar”. El recuerdo viene a mí, especialmente, porque me sorprende que nuestro Nobel haya escrito su discurso de graduación del bachillerato en tercera persona del plural; eso me sonó algo extraño, tanto como fue haberlo dicho yo en esa misma construcción cuando esto en Colombia no era una costumbre y más bien lo hice como una mamadera de gallo, lo que no sé es si treinta años atrás si lo era y ello se perdió con la “modernidad”.


Luego de divagar por cortesía de García Márquez, ojee el libro de Gardeazábal Delgado y me llamó la atención su subtítulo “Más allá del miedo y de la culpa”. Por supuesto que ya estaba prevenido para dar comienzo a la lectura porque sabía que era la historia autobiográfica de "una mariquita" en crisis y me imaginaba que vendrían páginas y páginas describiendo los intentos de suicidio y otros pormenores tormentosos por los que suelen pasar quienes deciden transitar en su proceso del “coming in” a su "coming out”; este preconcepto me parecía una mierda en el sentido en que prejuiciaba mi lectura y obstaculizaba la apertura mental que supone leer a un desconocido con el que solo me unía el gusto por los hombres. Así que me hice un “lavado y planchado de cerebro”, me permití llenarme con una emoción diferente y me dispuse a la lectura.


El hecho de que prólogo fuera escrito por su primo Gustavo Álvarez Gardeazábal me inquietó porque sé, no por experiencia propia, que los familiares suelen convertirse en grupo de presión para que se hagan favores y dudaba si esta había sido la situación, pero conociendo su lengua pavorosa (no digo aquí su pluma, porque puede interpretarse como amaneramiento) sé que no se prestaría para orquestar la publicación de un engendro sabiendo de antemano que la crítica le caería encima y con mucho más mordacidad al autor.


Confirmé que la lectura de “La semblanza…” me atraía cuando descubrí que el tranvía ya había pasado la estación en la que debía bajarme y no me molestó tener que tomar otro de regreso. Me propuse tomarlo como libro de compañía para largos trayectos en el transporte público; sin embargo, una vez tomé el bus de conexión a la Universidad me enfrasqué nuevamente en la lectura, la que retomé a la hora del almuerzo (que aquí en España no es la comida del medio día, sino eso que en Colombia llamamos el refrigerio) como compañía mientras tomaba el café. Lectura que no pude continuar porque alguien me preguntó qué leía y respuesta de la que yo mismo me sorprendí: Literatura autoetnográfica.


La charla continuó y con ella mis apreciaciones. Un texto escrito en primera persona, por un personaje real sobre un personaje ficticio “Pablo Burgos” quien desde el comienzo todos sabemos que es él mismo. Se fundamenta en reflexiones personales sobre pequeños fragmentos de existencia en los que el dolor que produce el miedo le paraliza y no le permiten Ser.


Ahora, una vez concluida la lectura y con muchos más argumentos sé que tenía razón, pero pudiera agregar que es una autoetnografía que se centra en el análisis de la relación entre la religión que presenta a un Dios castigador y vengativo y un ser humano que siendo terriblemente moral siente que su experiencia de vida es un pecado que se incrementa con el paso del tiempo y se agrava con el descubrimiento de sí mismo como un ser que vislumbra su derecho a Ser, hacer y amar.


Luego de terminar la lectura me tomé la molestia de hablar con algunos niños sobre Dios y el pecado y me sorprendió darme cuenta que algunas de las reflexiones de los chicos, bastantes años después de que “Pablo Burgos” hiciera las suyas, siguen siendo similares a las del personaje; hice los diálogos porque las leídas en la novela me parecían reflexiones de “persona grande” y no de chicos muy jóvenes. El “descubrimiento” sobre la reflexión infantil fue una grata sorpresa como elemento investigativo, porque lo que muestra es que los adultos dudamos de la capacidad creativa e intelectual de los menores y por ello dudamos de los recuerdos que algunos adultos tienen en torno a la propia vivencia de su sexualidad siendo chicos.


Precisamente sobre la homosexualidad y los niños, Frank Evelio Arteaga pone el dedo en la llaga cuando en un grupo de discusión denominado lgbt-education.info pide ayuda para aclarar la siguiente duda: ¿Existe niños LGBT? algún psicólogo me ha informado que NO, desde mi experiencia personal recuerdo que al tener como 9 años me sentía ya atraído hacia chicos, de ahí que mis primeras experiencias afectivas (enamorarme de otra persona) y alguna experiencia sexual (10 años) fue con un chico, en este periodo de mi vida recuerdo que ya mis compañeros me discriminaban por ser diferente por mostrar algunos rasgos femeninos, todo esto claro se dio en el ámbito rural donde viví hasta tener 18 años, toda esta discriminación la sufrí por profesores, compañer*s y hasta mis padres y se extendió hasta terminar la escuela secundaria, pero bueno la idea de contar mi vida es para Preguntarles ¿Cómo catalogo este periodo? ¿Cómo hago para llamar a todas y todos los niños y adolescentes que ahora pasan lo mismo que yo?


El sociólogo Giancarlo Cornejo Salinas, quien actualmente realiza un doctorado de Retorica en Berkeley, afirma en el post denominado “Cuando su cuerpo sangra y calla” en su blog Palabra de Loca: El deseo homoerótico es un deseo negado socialmente, pero no por ello es inexistente. Todo lo contrario, ya que está estrechamente ligado a una violencia erotizada por la represión y estigmatización cultural que lo define. Estos agresores necesitan producir un maricón (…) para poder justificar y legitimar su deseo homoerótico. Necesitan producir anormales para construir al sujeto “normal” limpio de manchas.


La experiencia de “Pablo Burgos” es la experiencia de muchos jóvenes, una experiencia entre la “anormalidad del deseo homoerótico” y la autoaceptación que lo legitima, que cada vez se vive más rápido en las grandes ciudades y tal vez con menos problemas, pero que en aquellos “infiernos grandes/pueblos pequeños” sigue siendo tan traumática y lenta como lo narra la historia en mención, historia que para muchos otros aun culmina en el suicidio.


Ahora bien, aceptarse en la maricada no es fácil, no lo fue antes y no lo es ahora, en las escuelas, en la familia, en el barrio, en el club social, en la iglesia el bullying o intimidación (eso que algunos también llaman manoteo) suele aparecer como un comportamiento agresivo o un acto intencional de hacer daño a algún/a otro/a, que se lleva a cabo de forma constante durante un período de tiempo y en el cual existe una relación interpersonal caracterizada por una asimetría de poder, una asimetría que es mucho más peligrosa y dañina cuando se presenta en la contradicción consigo mismo, entre el ser sexual y el ser moral.


Propongo pues que la homofobia internalizada puede conducir a un auto- bullying y que éste como se narra en esta novela puede durar años antes de llegar en el proceso de construcción identitaria al Establish Itself. Por supuesto la novela y la historia evidencian el papel primordial que juega la religiosidad cristiana mal entendida en el daño auto infligido por los chicos y chicas que gracias a argumentos poco serios les hacen convertirse en victimas de sí mismos y de quienes dicen ser sus compañeros, amigos, pastores, maestros y familiares.

Cinco años no son nada o la vida simple de un asilado

nuel Antonio Velandia Mora
España, Enero 17 de 2012

Este texto está escrito en dos partes: la primera, es el preámbulo a la vida como refugiado en España; la segunda, es  la experiencia de vida después de cruzar los océanos, no para encontrarme conmigo mismo sino para ratificar que la lucha por los derechos de las minorías sexuales y los derechos humanos en general es una lucha importante en un país en el que en medio del conflicto el cuerpo de las mujeres se han vuelto botín de guerra y la iglesia ha olvidado su misión de amor para sembrar el odio.

Cuando vi a dos mujeres con abrigo de piel, caminando sobre la nieve en la playa de La Concha, en San Sebastián, País Vasco, tuve la certeza de que nada sería similar a mi vida en Bogotá. Ya vislumbraba algunos cambios radicales cuando en los días previos a mi viaje al Reino de España soñaba que llevando conmigo un carrito de supermercado repleto de libros y una lámpara, estaba mendigando por las calles sin que nadie me diera una moneda; una imagen cercana a la de la situación de algunos “home less” que había visto en New York y San Francisco.

No salí de Colombia porque lo tuviera planeado sino porque luego de víctima de un atentado terrorista y de un buen número de llamadas telefónicas con amenazaba de muerte, varios sufragios y algunas coronas fúnebres, la gota que colmó la copa cayó sobre mí el 9 de noviembre de 2006, estando en la Gobernación del Valle, en una conferencia en la que hablaba sobre los derechos humanos entendidos como derechos sexuales. En la ronda de preguntas me preguntaron qué significaba para los gay que el senador Álvaro Araújo Castro fuera detenido dentro de lo que se conocía como el escándalo de la "para-política". Yo respondí que si se comprobaba que Araújo era paramilitar yo prefería que el proyecto de ley sobre los derechos civiles de las parejas del mismo sexo se cayera a que una persona asesina defendiera mis derechos, que en ese caso yo elegiría que me los siguieran violando cada día.

Los asistentes eran  LGTB, estaban grabando audio y video y no me preocupó,  pero cuál no sería mi sorpresa  al recibir una llamada de la Senadora Piedad Córdoba diciéndome que acababa de oírlo en la radio y que el periodista Dartañan  nos invitaba a su programa de TV esa misma noche, para que habláramos al respecto. No pude hacerlo por tiempo y distancia. Las “declaraciones” se “filtraron; se publicaron dos días después en El Espectador como frase política destacada. Ese mismo día y tarde las llamadas de amenaza de muerte se ampliaron a mi familia. Piedad Córdoba me recomendó salir del país.

Unos días después informé a mis estudiantes en la UCC de Bogotá las dificultades para terminar mis cursos.  Una de ellos,  Gloria Inés Flórez Schneider (hoy Parlamentaria Andina), de “La Asociación MINGA –“me invitó a reunirme con el “Programa No gubernamental de protección a defensores de derechos Humanos en Colombia”. En ese mismo programa me encontré con José Luis Campo Director de Benposta a quien ya conocía por haber sido voluntario en algunas de sus acciones. El Programa me brindó ayuda fundamental: asistencia emocional por medio de Ludivia Giraldo, apoyo en la toma de decisión, me mostraron la importancia de obtener avales y conseguir pruebas pertinentes para soportar el caso; avalaron mí caso ante el Subdirector Adjunto de Asilo de la Dirección General de Política Interior de España, me colaboraron con 2950 euros, siendo esta la única ayuda económica que he recibido hasta el momento por dicho concepto.

Se decidió que la mejor alternativa era solicitar una visa española de estudiante. Me comuniqué con mi hermano Crisanto y su mujer Stella Betancourt para que me apoyaran desde España en la solicitud a la Universidad del País Vasco para realizar formación doctoral.  El 19 de diciembre, José Ramón Orcasitas director del doctorado, me informó la aceptación y que se había enviado copia de la resolución a la Embajada en Colombia.

Mis estudiantes  sociólogos decidieron que los cursos de “Filosofía de la ciencia aplicada a la Sociología” y de “Diseño de un proyecto de investigación” los termináramos en trabajo intensivo durante un fin de semana, en un lugar apartado de la ciudad. La experiencia previa de haber ido a dar clase acompañado de un policía guardaespaldas no me fue agradable  y menos para los alumnos, así que con estos antecedentes como cortapisa esta fue la mejor prerrogativa y así se hizo.

La entrega de la visa demoraba casi un mes. Mientras estuve escondido; no hablo aquí sobre quiénes me ayudaron porque no quiero afectarlos de ninguna manera, pero es evidente que la situación emocional durante esos días fue muy complicada. La visa me la entregaron el 15 de enero.  Cuatro días antes había regresado a Bogotá  para organizar la partida. Las cosas que debían acompañarme se redujeron a lo que cabía en dos maletas grandes, una y otra vez metí y saqué cosas en ellas; del resto de pertenencias, unas pocas las entregué a amigos y familiares (algunos no fueron porque no querían pasar por el dolor de la despedida); las otras ni siquiera hoy sé quién las tiene porque fueron repartidas, regaladas, donadas o dadas a guardar.

La noche anterior al viaje estuve con mis amigos más cercanos, tomamos vino y un poco de queso azul; de vez en cuando llorábamos. Hacíamos bromas muy seguramente para no tener que enfrentar la realidad. Se fueron todos al mismo tiempo, tan sólo se quedaron Ricardo, Andrés y Mario, ese novio con quien viví una relación que nació ya casi a punto de terminarse  porque decidí que la vida de mis familiares y la mía eran más importantes que quedarme esperando que a cualquier hora y en cualquier lugar intentaran matarme.

El cansancio pudo más que mi temor y decidí dormir las dos horas que faltaban para desplazarme al aeropuerto. Se repitió aquel sueño en el que yo caminando por calles desconocidas pedía monedas a los transeúntes. Me desperté sobresaltado, temeroso de que pudiera ser realidad. No tenía la menor idea de cómo iba a ser mi vida de asilado pero prefería creer que nunca llegaría a esos extremos.

Revisé rápidamente mi vida, recordé montones de compras inútiles y gastos innecesarios. Me dije a mi mismo que ser marica y no tener hijos a quien heredar no era una razón suficiente para tener tan pocos ahorros, pensé en que igualmente mis muebles, mi bien equipada cocina, mis libros, mis obras de arte quedarían en manos de otros, que muy seguramente nunca las volvería a tener conmigo y me dije a mí mismo que igualmente esas inversiones eran tan efímeras como la misma vida.

Respiré profundo, me vestí de prisa, tomé rumbo al aeropuerto y al encuentro de una nueva vida, no tenía sentido preocuparme por lo que había hecho o dejado de hacer porque si de algo estaba seguro era que había vivido la vida que quería vivir y luchado por lo que debía luchar.

En medio de un conflicto armado generado por el negocio y la propiedad de las tierras, la venta ilegal de armas y el narcotráfico, el 16 de enero de 2007 salí de Bogotá hacia España, luego de una pequeña escala en New York llegué a Madrid. Las maletas se refundieron en USA y llegaron tres días después. Legué a San Sebastián el 17, en plena nevada, con mi única riqueza material la ropa que traía puesta  -que no era propiamente para invierno- y una pequeña maleta de mano con el computador, dos libros, la cámara fotográfica y un cepillo para los dientes.