nuel Antonio Velandia Mora
España, Enero 17 de 2012
Este texto está escrito en dos partes: la primera, es el preámbulo a la vida como refugiado en España; la segunda, es la experiencia de vida después de cruzar los océanos, no para encontrarme conmigo mismo sino para ratificar que la lucha por los derechos de las minorías sexuales y los derechos humanos en general es una lucha importante en un país en el que en medio del conflicto el cuerpo de las mujeres se han vuelto botín de guerra y la iglesia ha olvidado su misión de amor para sembrar el odio.
Cuando vi a dos mujeres con abrigo de piel, caminando sobre la nieve en la playa de La Concha, en San Sebastián, País Vasco, tuve la certeza de que nada sería similar a mi vida en Bogotá. Ya vislumbraba algunos cambios radicales cuando en los días previos a mi viaje al Reino de España soñaba que llevando conmigo un carrito de supermercado repleto de libros y una lámpara, estaba mendigando por las calles sin que nadie me diera una moneda; una imagen cercana a la de la situación de algunos “home less” que había visto en New York y San Francisco.
No salí de Colombia porque lo tuviera planeado sino porque luego de víctima de un atentado terrorista y de un buen número de llamadas telefónicas con amenazaba de muerte, varios sufragios y algunas coronas fúnebres, la gota que colmó la copa cayó sobre mí el 9 de noviembre de 2006, estando en la Gobernación del Valle, en una conferencia en la que hablaba sobre los derechos humanos entendidos como derechos sexuales. En la ronda de preguntas me preguntaron qué significaba para los gay que el senador Álvaro Araújo Castro fuera detenido dentro de lo que se conocía como el escándalo de la "para-política". Yo respondí que si se comprobaba que Araújo era paramilitar yo prefería que el proyecto de ley sobre los derechos civiles de las parejas del mismo sexo se cayera a que una persona asesina defendiera mis derechos, que en ese caso yo elegiría que me los siguieran violando cada día.
Los asistentes eran LGTB, estaban grabando audio y video y no me preocupó, pero cuál no sería mi sorpresa al recibir una llamada de la Senadora Piedad Córdoba diciéndome que acababa de oírlo en la radio y que el periodista Dartañan nos invitaba a su programa de TV esa misma noche, para que habláramos al respecto. No pude hacerlo por tiempo y distancia. Las “declaraciones” se “filtraron; se publicaron dos días después en El Espectador como frase política destacada. Ese mismo día y tarde las llamadas de amenaza de muerte se ampliaron a mi familia. Piedad Córdoba me recomendó salir del país.
Unos días después informé a mis estudiantes en la UCC de Bogotá las dificultades para terminar mis cursos. Una de ellos, Gloria Inés Flórez Schneider (hoy Parlamentaria Andina), de “La Asociación MINGA –“me invitó a reunirme con el “Programa No gubernamental de protección a defensores de derechos Humanos en Colombia”. En ese mismo programa me encontré con José Luis Campo Director de Benposta a quien ya conocía por haber sido voluntario en algunas de sus acciones. El Programa me brindó ayuda fundamental: asistencia emocional por medio de Ludivia Giraldo, apoyo en la toma de decisión, me mostraron la importancia de obtener avales y conseguir pruebas pertinentes para soportar el caso; avalaron mí caso ante el Subdirector Adjunto de Asilo de la Dirección General de Política Interior de España, me colaboraron con 2950 euros, siendo esta la única ayuda económica que he recibido hasta el momento por dicho concepto.
Se decidió que la mejor alternativa era solicitar una visa española de estudiante. Me comuniqué con mi hermano Crisanto y su mujer Stella Betancourt para que me apoyaran desde España en la solicitud a la Universidad del País Vasco para realizar formación doctoral. El 19 de diciembre, José Ramón Orcasitas director del doctorado, me informó la aceptación y que se había enviado copia de la resolución a la Embajada en Colombia.
Mis estudiantes sociólogos decidieron que los cursos de “Filosofía de la ciencia aplicada a la Sociología” y de “Diseño de un proyecto de investigación” los termináramos en trabajo intensivo durante un fin de semana, en un lugar apartado de la ciudad. La experiencia previa de haber ido a dar clase acompañado de un policía guardaespaldas no me fue agradable y menos para los alumnos, así que con estos antecedentes como cortapisa esta fue la mejor prerrogativa y así se hizo.
La entrega de la visa demoraba casi un mes. Mientras estuve escondido; no hablo aquí sobre quiénes me ayudaron porque no quiero afectarlos de ninguna manera, pero es evidente que la situación emocional durante esos días fue muy complicada. La visa me la entregaron el 15 de enero. Cuatro días antes había regresado a Bogotá para organizar la partida. Las cosas que debían acompañarme se redujeron a lo que cabía en dos maletas grandes, una y otra vez metí y saqué cosas en ellas; del resto de pertenencias, unas pocas las entregué a amigos y familiares (algunos no fueron porque no querían pasar por el dolor de la despedida); las otras ni siquiera hoy sé quién las tiene porque fueron repartidas, regaladas, donadas o dadas a guardar.
La noche anterior al viaje estuve con mis amigos más cercanos, tomamos vino y un poco de queso azul; de vez en cuando llorábamos. Hacíamos bromas muy seguramente para no tener que enfrentar la realidad. Se fueron todos al mismo tiempo, tan sólo se quedaron Ricardo, Andrés y Mario, ese novio con quien viví una relación que nació ya casi a punto de terminarse porque decidí que la vida de mis familiares y la mía eran más importantes que quedarme esperando que a cualquier hora y en cualquier lugar intentaran matarme.
El cansancio pudo más que mi temor y decidí dormir las dos horas que faltaban para desplazarme al aeropuerto. Se repitió aquel sueño en el que yo caminando por calles desconocidas pedía monedas a los transeúntes. Me desperté sobresaltado, temeroso de que pudiera ser realidad. No tenía la menor idea de cómo iba a ser mi vida de asilado pero prefería creer que nunca llegaría a esos extremos.
Revisé rápidamente mi vida, recordé montones de compras inútiles y gastos innecesarios. Me dije a mi mismo que ser marica y no tener hijos a quien heredar no era una razón suficiente para tener tan pocos ahorros, pensé en que igualmente mis muebles, mi bien equipada cocina, mis libros, mis obras de arte quedarían en manos de otros, que muy seguramente nunca las volvería a tener conmigo y me dije a mí mismo que igualmente esas inversiones eran tan efímeras como la misma vida.
Respiré profundo, me vestí de prisa, tomé rumbo al aeropuerto y al encuentro de una nueva vida, no tenía sentido preocuparme por lo que había hecho o dejado de hacer porque si de algo estaba seguro era que había vivido la vida que quería vivir y luchado por lo que debía luchar.
En medio de un conflicto armado generado por el negocio y la propiedad de las tierras, la venta ilegal de armas y el narcotráfico, el 16 de enero de 2007 salí de Bogotá hacia España, luego de una pequeña escala en New York llegué a Madrid. Las maletas se refundieron en USA y llegaron tres días después. Legué a San Sebastián el 17, en plena nevada, con mi única riqueza material la ropa que traía puesta -que no era propiamente para invierno- y una pequeña maleta de mano con el computador, dos libros, la cámara fotográfica y un cepillo para los dientes.
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