Se suele confundir el matrimonio con la búsqueda de los derechos civiles plenos para las parejas conformadas por personas del mismo sexo. A pesar de que la diferencia entre derechos y matrimonio es enorme, a muchos homosexuales y lesbianas les sigue dando vueltas la idea del matrimonio y creyendo que dos cosas tan diferentes son la misma cuestión. A algunos les atrae el matrimonio porque les gusta la tradición y por eso quieren seguir el modelo de la pareja heterosexual, pero la relación homoafectiva, homoerótica, homogenital, homodeseante es homosexual porque precisamente se da entre dos hombres.
No escribiré de las lesbianidades y de las relaciones de pareja entre dos mujeres porque eso se lo dejo a las expertas.
Yo no quiero que mi pareja sea la muñequita de azúcar en el ponqué de la fiesta y tampoco quiero serlo. No quiero que Hernán Zajar o Ángel Yánez nos hagan vestidos de novia; prefiero seguir vistiéndome con prendas masculinas, así sean de alguien que las hace pa´machos.
No se me antoja un shower organizado por mi mejor amigo para que me llenen de “detallitos” en plástico que no van con mis gustos. No me quiero casar en una notaría porque para compartir la economía con el hombre que amo no requiero de un contrato firmado por un notario. No quiero que se hable de nuestra relación en las páginas sociales de algunas revistas y menos aún, que publiquen la nota en el periódico El Espacio, porque la relación con mi compañero es un acto privado y no un tema para la comidilla pública.
¿Vale la pena el esfuerzo?
Creo que la gran pregunta que surge del matrimonio es si vale la pena el esfuerzo. Un contrato nupcial en la pareja homosexual se torna más difícil ya que los dos hombres son los príncipes de la telenovela. Y como tales, cada uno busca en el otro aquel caballero andante que se ciña a un modelo propio de perfección que construimos en nuestra mente. Cuando pasan los días, los meses o hasta los años y descubrimos que ese príncipe no era tan azul como creíamos, nos encontramos con que el hombre de nuestros sueños, en la mayoría de los casos, sólo vive ahí, en nuestra fantasía: ¡es verde!
Un príncipe teñido a la fuerza o curtido por la necesidad es alguien que ha dejado de ser él mismo para ser aquello que yo deseo que sea. En ese caso el hombre con quien nos relacionamos es una farsa, una mentira que nosotros mismos hemos creado. Es mejor que nuestro príncipe sea verde desde el principio, a que un día, en una reunión con unos amigos, el hombre “salte” y confirmemos aquello que nos temíamos; que era un sapo. Y para completar la tragedia, uno de aquellos que son venenosos.
Nuestro príncipe no es azul y si los es, habría que desconfiar porque probablemente trae consigo un tormentoso nubarrón.
Cuando no se tiene pareja, hacemos hasta lo imposible por encontrarla. No obstante, siempre he pensado que la mejor manera de dar con una, es no buscarla. Cuando estamos a la expectativa, todo aquel que se nos pase por delante, y a veces por detrás, nos parece una alternativa viable, así que hacemos el intento para ver si la relación funciona, y se nos va la vida en intento tras intento. Cuando no estamos a la caza, somos algo más serenos y podemos observar la realidad con detenimiento, e inclusive, disfrutar el encuentro con el otro de tal manera que si la cosa no avanza como quisiéramos, pues no importa, por lo menos la prueba fue divertida.
Cuando conocí a quien hoy es mi pareja, llevaba algo más de cuatro años acompañado de mi mismo, y para mi, era inminente la necesidad de tener alguien con quien compartir. Creo que lo primero que me llamó la atención de él fue su dentadura, después me permití oír su interés en tener una pareja estable... quiero decir que esta aseveración dicha por un hombre me transmite ciertas dudas, ya que la experiencia me demuestra que la mayoría de los hombres quieren tenerla. Inclusive algunos son tan estables que pueden sostener dos y tres relaciones estables a la vez, así que me dije a mí mismo que ésta era una buena razón, pero no suficiente, para hacer de ella una causa.
Probablemente lo que más me atrajo no fue su manera de hacer el amor, sus detalles, sus dos o tres llamadas de todos los días, su manera de lograr interesarse por mis asuntos sino su interés por conservar su autonomía. El mayor atractivo de un hombre es precisamente que tenga vida propia, es decir, que tenga amigos propios que no se sientan obligados a ser amigos de la pareja, que sean mutuamente abiertos a compartir los amigos, no porque toca, sino porque genuinamente descubrimos en ellos y ellas nuestros propios intereses y expectativas.
Tener vida propia es igualmente tener un trabajo que le llene, metas claras a corto, mediano y largo plazo, y no tener que cambiarlas porque las del otro parecen ir en sentido contrario. Es poder continuar haciendo lo que tanto te gusta sin tener que dejar de hacerlo porque al otro no le gusta.
Tener vida propia significa entender y aceptar que la persona a quien se ama desea compartir muchos momentos contigo. Ello no quiere decir sacrificarse sino descubrir que estar juntos es lo mejor que le puede pasar a cada uno. Lo más importante de una relación no es la pareja, soy yo mismo. Si no soy pleno, si no soy feliz entonces no puedo tener una relación plena y satisfactoria. Decidir vincularse afectiva, erótica, genital y emocionalmente con alguien no significa transgredir los intereses particulares sino contar con apoyo mutuo para encontrar las metas individuales de cada uno.
Creo que como todos los hombres yo también tengo la contradicción entre la necesidad de gozar de una agradable compañía y estar solo, así que una relación implica tener la posibilidad de tener tiempo para sí mismo, así sea para oír tu música, leer un poco, ver la televisión, visitar a tu familia o simplemente para patinar, caminar o ir al teatro.
Considero que a muchas parejas las acaba la monotonía porque permiten que su vida se llene de rutinas compartidas. En necesario darse tiempo para que en los momentos más inesperados salgamos a comer juntos, ir al cine o para tener un detalle de ternura, una palabra amable, escribir un poema, dedicar una canción, regalar un chocolate o hacer algo por el otro, como llevar su ropa a la lavandería, atreverse a practicar un deporte que poco nos interesa o a preparar un plato cuando pensamos que la cocina no nos gusta, recordando que más que un compromiso o un “quedar bien con el otro”, es más cuestión de descubrir aquellos matices que pueden volver nuestra vida más completa y rica. Por ejemplo, de pronto puedo descubrir que, contrario a mis creencias, me gusta más cocinar de lo que creía.
Cada uno de los miembros de la pareja debe aportar un porcentaje similar de su capital a la economía conjunta logrando así que sean equitativos los gastos que se susciten de la convivencia.
¡Ah! y en cuanto a las diferencias irreconciliables como la pasión por el vallenato de uno y el amor por la música clásica del otro, es cuestión de que cada uno respete el gusto ajeno y decidan en conjunto los turnos en que cada uno va a usar el equipo de sonido. Es más fácil compartir y tolerar que amargar y discutir.
Por supuesto, como a todos los homosexuales que aman a su pareja o que están pensando establecer una relación me preocupan muchas cosas, por ejemplo, que sí yo fallezco él no pueda heredar mis cosas. Mi seguridad económica y la de mi pareja es una de las razones por las que no soy un marica en el closet. Mi familia tiene claro que si yo muero, él, más que nadie tiene derecho a una muy buena parte de lo que me pertenece; en mi compañía de seguros saben que él es mi beneficiario, y sobre todo, él sabe que es el dueño de sus cosas, que si deseamos compartirlas no es porque al vincularnos hicimos la inversión económica más rentable sino la decisión afectiva más importante de nuestras vidas.
Igualmente, me preocupa que él no tenga derecho a ser cubierto por la seguridad social y familiar, como sucede en la inmensa mayoría de los países del mundo. Pero la ventaja de compartir con un hombre es que, por esas cosas de la masculinidad, desde siempre sabe que no es “de” nadie sino de sí mismo, que quien debe velar por él, es él mismo; que su salud y logros no dependen de la economía de su marido, pero que cuando ello es necesario compartir es un acto de solidaridad.
Tal vez una de las ventajas de ser marica es que la vida me ha enseñado que las cosas del amor no son como todo el mundo piensa, y que existen muchas formas de ser felices y de crecer sin arrastrar a las demás personas al abismo de nuestras ambiciones individuales. Nos deberíamos preocupar más por construir espacios, situaciones, sin entender esto como un sacrificio por el otro, sino como una posibilidad de ser dichosos construyendo vivencias que nos sean comunes.
Esta es la razón por la que no quiero matrimonio pero si lucho por alcanzar plenamente los derechos civiles que me permitan heredar a mi pareja o cubrirla por la seguridad social, no porque yo sea marica sino porque como ciudadano y sujeto de derechos debo tener las misas oportunidades que los ciudadanos que tienen una orientación sexual heterosexual.
Publicado en http://www.agmagazine.com.ar/index.php?IdNot=685
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