martes, 26 de junio de 2007

Me comí un supermacho

No puedo negar que ahora que estoy reencontrándome plenamente con mi analidad y recordando una reciente reunión en la que casi todos los invitados eran homosexuales me ha surgido una duda: ¿Cuántos de los homosexuales han optado por la analidad como su máxima expresión de relacionamiento genital? La duda surge porque oyéndolos hablar, me llamó la atención que ninguno de los presentes comentó o dejó entrever que había sido penetrado por el tipazo del que contaba tantas maravillas.

En toda mi vida como homosexual tan solo he conocido a una persona que pública y privadamente reivindicara su analidad. Él suele expresarse con frases tales como: “me conseguí un tipo divino y me pegó una “culiada” tal que me dejó el culo tan dolorido que si siquiera puedo sentarme”, u otras como “Ese tipo no sabe el verguero que me va a tener que dar”. No puedo negar que al principio me sorprendía cada vez que decía algo parecido, pero poco a poco me fui acostumbrando e inclusive aprendí a reconocer cómo la paso de bien cuando me pegan una de esas clavadas inolvidables. Por supuesto, la cara que ponen las personas que recién lo conocen y oyen, es increíble, y más aún lo son los comentarios que se hacen en voz baja y a sus espaldas.

Por supuesto nosotros sabemos que a otros homosexuales esto les molesta, inclusive, conocemos muchos de sus chistes al respecto, ya que no nos queda duda de que el humor es una posibilidad de sacar a flote aquello que perturba o molesta. No reconocerse analmente activo es una manera de obviar la discriminación y de sacar a flote la homofobia internalizada que se refleja en creer que ser homosexual es “menos malo” si uno penetra que si se deja penetrar.

Se es homosexual por desear a otros hombres, por vincularse afectiva, erótica y genitalmente con ellos. Cuando se usa el término marica para designar a otros hombres, la mayoría de las veces se refuerza la raíz discriminatoria de este vocablo: marica viene de María. Al decirle marica a otro hombre queremos decirle que lo consideramos femenino, y no creo que sea muy femenino comerse un buen paquete ya que para aguantarlo e incluso para disfrutarlo plenamente hay que ser muy macho. Por lo menos, esto es lo que dicen algunas de mis amigas mujeres cuando apenas se están decidiendo a dejarse penetrar analmente por sus parejas.

Algunos hombres utilizan la expresión: ¡Arepas jamás! como una manera de afirmar que ellos no aceptan relacionarse con otro hombre que se reconozca amanerado o “pasivo”. “Pasivo” se le dice, popularmente, a quien se deja penetrar, olvidando que a quien penetran es el “activo” de la relación, ya que es él quien en últimas decide si permite la penetración, qué tanto y por cuánto tiempo.


Arepas se le llama en Colombia, de manera despectiva, a la relación genital entre dos mujeres.

Admitir que disfrutamos de la analidad no debería hacernos vulnerables. La analidad no es lo que nosotros somos, es una mínima parte de lo que hacemos y no define lo que somos como personas. Disfrutar el ser penetrado es una de las múltiples experiencias eróticas por las que podemos optar. Y si esta es la única opción y realmente nos hace felices a algunos en particular, entonces no deberíamos ocultar, censurar o señalar a alguien por el hecho de disfrutar, ni seguirle el juego a aquellos que limitan el concepto de la masculinidad a la más estrecha de sus posibilidades: sentirse machos por el hecho de penetrar. Algunos incluso se niegan a ser penetrados, no por el temor a un posible dolor físico, sino porque su aparente dominio sobre los otros se puede ver trastocado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué gran artículo y qué gran verdad! Lo primero que debería hacer todo homosexual es reconocerse como tal y reconocer su analidad! Y no sólo homosexuales, a nadie se le escapa que también hay heterosexuales que disfrutan mediante la estimulación anal. Es una zona erógena, pero para todos...

Salud!