viernes, 8 de octubre de 2010

NO ES QUE EL AMOR SEA CIEGO, SINO QUE MUCHAS VECES LAS MUJERES NO QUEREMOS VER

Por Manuel Velandia
PUBLICADO 10/08/2010


En homenaje a Javier, un bebé que pudo haber sido y a los pocos días dejó de ser.

Una joven colombiana es el centro de esta crónica, en la que el amor pudo más que el propio cuidado y en la cual un bebé perdió la vida a causa de la sífilis congénita, una enfermedad que se transmite de la madre -que no ha recibido tratamiento- al feto, durante el período de gestación.

Al oír su voz, su tono sobrecogedor dio un vuelco a mi corazón. Era una voz profundamente triste, un hilo de voz podría decirse. Hablaba sin fuerzas, casi como obligada por la necesidad. No podría asegurar que fuera la voz de una joven de 23 años, sino la de una mujer cansada y ajada por los años y el dolor. 

Era la voz de María, una mujer bogotana bastante atractiva (tal como pude notarlo tres meses después, cuando su estado de ánimo y las nuevas emociones la autorizaron a dar la cara), que en aquella primera conversación sólo pensaba en morir, pues no podría sobreponerse a la muerte de su hijo recién nacido ni al pensamiento de que su familia la señalaría por la pérdida a causa de la sífilis congénita.

No le importaba continuar su relación con el que, hasta hace unos días, era el gran amor de su vida, pero que en ese momento estaba convertido en lo que ella definía como su más profundo enemigo. Tampoco lo odiaba, pero no se sentía con ánimos de respirar su mismo aire y mucho menos de compartir su almohada. Sin embargo, el mismo temor al “qué dirán” la inmovilizaba y se obligaba a sí misma a permanecer a su lado aun cuando quería huir de su presencia y no volver a encontrarlo.

Decía que no podía perdonarle que le hubiera transmitido una gonorrea y mucho menos podía aceptar que su confianza la hubiera conducido a negarse a usar el preservativo sugerido por la enfermera del Centro de Salud, pues hacerlo era demostrar que “no lo quería y que ya no confiaba en él”. Menos podría perdonarle que le hubiera trasmitido la sífilis y que él siguiera sin siquiera preocuparse por su dolor y su tristeza, siendo ésta la segunda vez en la que le transmitía una enfermedad de transmisión sexual. 

Ya no le importaban sus infidelidades a pesar de que se sentía algo culpable; muy en el fondo dudaba de sí misma, de su propia feminidad y de la capacidad para pensar en una nueva vida junto a una nueva pareja.

María se acercó a mí vía Internet por sugerencia de una amiga quien era la única persona que conocía de su situación y le facilitó mi dirección electrónica. Por supuesto, su amiga no sabía que yo estaba fuera del país y María no sabía que quien le respondía la llamada lo hacía desde otro continente. Más sorprendida y compungida quedó cuando logró darse cuenta que en España ya estaba amaneciendo mientras en Colombia tan sólo iniciaba el anochecer. 

Si para mí era extraña la situación de brindar una asesoría o consejería emocional utilizando un programa de conversaciones por Internet, para María -que no quería ser reconocida- era la mejor alternativa, pues así no tenía que dar la cara.

En las primeras conversaciones ella no podía reprimir su llanto a pesar de querer hacerlo y aun cuando era importante que pudiera dar rienda suelta a sus emociones, ella se sentía molesta de hacerlo porque lo interpretaba como una demostración más de su incapacidad para controlar la situación. María nunca fue durante su embarazo a una consulta médica, nunca creyó necesitarla pues siempre se sintió bien y aunque deseó hacerlo, desechó pronto la idea pues no quería tener problemas con su jefa, quien siempre afirmaba que el embarazo no era una enfermedad y que por esa causa prefería siempre contratar hombres. 

Al principio le fue difícil dejar de pensarse ‘sucia’, pues para ella la sífilis más que una enfermedad era una condición que relacionaba con las trabajadoras sexuales, con el desaseo y con la falta de preparación académica. Lo que no sabía es que la mayoría de las trabajadoras sexuales entienden que deben cuidarse de los riesgos ocupacionales y que muchas de las mujeres que se infectan con el VIH, el virus que causa el sida, o con el Treponema pallidum -la bacteria que causa la sífilis-, son mujeres casadas, amas de casa, fieles a su pareja sexual. 

Tal vez porque es indolora, no recuerda haber tenido nunca la ulceración que debió dar lugar al chancro que aparece en el sitio del contacto inicial con el Treponema, la muestra de que se estaba produciendo la diseminación bacteriana por los vasos sanguíneos de su cuerpo. Mucho menos tiene conciencia de haber visto en el pene de su marido alguna lesión, chancro o llaga, a pesar de que éste se ve a simple vista ya que se presenta en las membranas mucosas -como el glande- y en otras zonas húmedas.

María al igual que muchas parejas prefería hacer el amor con la luz apagada sin saber que ello incrementaba su propio riesgo. Tan sólo se enteró de la situación porque su hijo presentó algunas malformaciones y la partera le sugirió llevar al bebé al hospital. Allí, el médico decidió ordenarles una prueba diagnóstica.

Los médicos y los centros hospitalarios están obligados a realizar exámenes en las mujeres embarazadas para la detección de la sífilis durante las consultas prenatales y en el momento del parto se deben realizar exámenes al recién nacido o a su madre; pero ella había decidido que su hijo nacería en casa.

Aun cuando en muchos casos los bebés que nacen con esta enfermedad reciben tratamiento diario con penicilina durante diez días y con ello mejoran, en el caso del bebé de María no se pudo hacer nada que pudiera salvarle la vida. 

A ella nadie le dijo que las mujeres embarazadas deben ser sometidas al menos a un examen de sangre prenatal que permita determinar la presencia de sífilis, y que igualmente de rutina se hacen otros exámenes de laboratorio que ayudan a tener información pertinente para dar tratamiento en caso de que sea necesario.

En su mayoría, los casos refieren a mujeres jóvenes y amas de casa –como María-, quienes siguen pareciendo ante los ojos de aquellos que deberían informarles que no son alguien que cumple el perfil sociocultural que identifica la sífilis. El problema también radica en que en Colombia y otros países de América Latina ni siquiera hay interés por parte de los políticos para trabajar en campañas de prevención de las enfermedades de transmisión sexual, porque aún se sigue creyendo que la salud comunitaria es gasto y no inversión. Pero también hay que insistir en que las mujeres siguen creyendo que “el amor es un antídoto”. 

Cuando le comenté a ella que deseaba escribir un artículo sobre su situación no dudó ni un momento de que era necesario hacerlo. Fue entonces que me dijo que realmente no se llamaba María y que muchas veces estuvo a punto de decírmelo, porque en algunos momentos sentía que no era con ella con quien yo estaba hablando.

Con el paso de los encuentros telefónicos pasamos a los diálogos con imagen y así conocimos nuestras caras. No niego que el vínculo que se establece es positivo, pero debo decir que la emoción que reflejan los ojos y el vigor que ponemos en las expresiones de nuestro rostro y manos, acotan con más fuerza nuestras ideas.

No sólo hay Marías, también hay Esperanzas, Consuelos, Socorros, Amparos… 


Son una gran cantidad las mujeres afectadas por las sífilis en América Latina, por ello, miembros de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se comprometieron el 30 de septiembre de 2010 con el plan para eliminar la transmisión de madre a hijo del VIH y la sífilis congénita hasta el 2015 en las Américas y el Caribe, en donde se reportan cada año 160.000 casos de sífilis congénita.

Como un recordatorio para los políticos, la estrategia aprobada busca eliminar la sífilis y el sida a través de acciones como: 
  • ·        Fortalecer la capacidad de los servicios de salud maternoinfantil, del recién nacido y de atención familiar y comunitaria para la detección temprana, la atención y el tratamiento de la infección por VIH y de la sífilis en mujeres embarazadas, sus parejas y sus hijos e hijas.
  • ·        Intensificar la vigilancia del VIH y de la sífilis en los servicios de salud maternoinfantil.
  • ·        Promover la integración de los servicios de VIH, salud sexual y reproductiva, atención al recién nacido y salud familiar y comunitaria. • Fortalecer los programas de promoción de la salud que incluyan una perspectiva de género, participación social, comunicación e información. 

Los ciudadanos del común, y en especial las Marías deben saber que también para ellas hay esperanzas, consuelo, socorro y amparo, que les ayudarán a ser consientes de que de ellas depende su salud, que son las dueñas de su propio cuerpo y que, como dice nuestra María, “no es que el amor sea ciego, sino que muchas veces las mujeres no queremos ver”. 

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