Velandia Mora, Manuel Antonio*
NOTA fuera de texto. Este es el primer escrito del autor, publicado en una revista científica, en la relación género-salud.
NOTA fuera de texto. Este es el primer escrito del autor, publicado en una revista científica, en la relación género-salud.
Tomado de:
https://revistas.unal.edu.co/index.php/avenferm/article/view/16423/17994
Av. enferm., Volumen 14, Número 1, p. 105-108, 1996. ISSN electrónico 2346-0261. ISSN impreso 0121-4500.
Av. enferm., Volumen 14, Número 1, p. 105-108, 1996. ISSN electrónico 2346-0261. ISSN impreso 0121-4500.
RESUMEN: La referencia a "género",
conduce al concepto de feminidad y no de masculinidad. La relación salud-género
concibe programas para mujeres, niños y ancianos. Ofrece alternativas para el
"hombre productor-político-guerrero" no para hombres “débiles”,
tiernos... ¿Qué significa ser hombre, la masculinidad, ser macho? Debe ser
explicado a partir de interrelaciones dialécticas entre ideología y
comportamientos. Él se ha cansado de ser “el hombre”, desea ser un hombre
nuevo, tener una identidad particular de género, pero existen identidades;
reclama que una diferencia biológica de la especie asociada con su reproducción
o una construcción cultural (género) no pueden determinar la validez de la
salud para unos y privar de la misma a otros. La salud es un problema del
género humano.
Palabras Clave: Género, Salud/health,
Masculino/Male, Conducta sexual/Sex Bahavior.
Generalmente cuando se hace referencia al término
" género", se tiende a relacionarlo con el "estudio de las
mujeres" o con conceptos de feminidad. Sin embargo, recientemente un nuevo
campo de estudio, ha hecho su aparición en el área de la investigación social
en torno a la sexualidad: el " estudio de hombres" o más
acertadamente, el estudio sobre la masculinidad. Al interior de las líneas de acción
en el ámbito de la salud se ha dado énfasis a la relación salud y género, y más
correctamente, a la función del género con relación a la salud. Siendo el
objetivo de acción, aquí también, las mujeres. Significa ría ello que la salud
del hombre no es una razón tan importante como la de la mujer, para la
elaboración de programas preventivos, de apoyo y asistencia?
¿Qué significa ser hombre? La respuesta ha
cambiado con el paso de los años. Durante un largo tiempo y en muchas
sociedades, el concepto, ser hombre se limitó a definirse como “no ser mujer”.
Más recientemente, el mismo interrogante se ha replanteado hacia la pregunta
¿qué significa la masculinidad? La construcción del interrogante pasó
previamente por la pregunta ¿qué significa ser un macho? El interrogante y sus
variantes surgen a partir de los cambios suscitados en los roles en las
relaciones hombre-mujer, en las relaciones entre los mismos hombres y consigo
mismos, debido a que su interacción comienza a presentarle distintas
alternativas de aproximación, ante las cuales no sabe dar respuesta, como son,
el papel de padre educador, amigo (antiguamente delegado a la mujer), esposo,
compañero, pero este cuestionamiento se ha planteado más desde las mujeres que
desde los mismos hombres.
Tratar de describir qué significa ser una macho
suele conducir a los investigadores a dos tipos de tendencias en la
interpretación. Según lo cita Ramírez (1993) haciendo referencia a la Tesis
doctoral de De la Cancela (1981): la primera de estas tendencias procura dar
una explicación desde el discurso clínico en el que el análisis se presenta a
partir de la comprensión de las características de la personalidad. La segunda
tendencia que él designa como culturalista, presta atención a los factores
socio-económicos. Sin embargo, "el machismo -termino con el que se designa
una ideología y la práctica de dominación del macho-, como también, el problema
del varón y su alienación" (Velandia, 1993) no puede ser explicado desde
un análisis sectorizado, sino a partir de las interrelaciones dialécticas entre
la ideología y los comportamientos del hombre y de la mujer con relación al
hombre mismo.
La reproducción acrítica de la terminología del
machismo y su uso como categoría analítica perpetúa una conceptualización errada
del hombre latinoamericano. Aunque los enfoques etnocéntricos y clasistas de
los primeros escritos han sido algo modificados, el elemento reduccionista se
mantiene inalterado. El reduccionismo consiste, esencialmente, en presentarnos
como seres bastante homogéneos, en no considerar adecuadamente las grandes
variaciones de las manifestaciones de la masculinidad y su complejidad. Tanto
en gran parte de la literatura del machismo como en los escritos de algunas
feministas, se obvia la existencia de algunas diferencias entre hombres y
mujeres que, aunque construidas culturalmente, sirven de base al orden social y
no implican necesariamente la desigualdad" (Ramírez, 1993:34).
El hombre ha comprendido que ser masculino no
significa ser "macho"; por tanto, su actitud hacia sí mismo y su
propio cuerpo ha cambiado. Durante mucho tiempo el hombre tuvo que
"jugar" el juego de ser macho, es decir a ser reproductor, rudo,
fuerte e insensible. El hombre no desea machificarse,
simplemente desea ser, y ello significa ser más afectivo, respetuoso de la
mujer e incluso respetuoso de sus congéneres. El hombre desea paternar, ser
padre devoto de sus hijos; el hombre ha querido ser un hombre nuevo, pero para
ello, él mismo debe plantearse ¿qué significa ser masculino?
El interrogante y la experiencia le han
significado de igual manera un cambio en el rol sexual, no obstante, la
sociedad sigue esperando que el hombre se comporte según el patrón del macho,
que para muchos y muchas es el deber ser del hombre.
Se confunden entonces, el concepto de género y el
rol de género. Como afirman Mazur y Money (1993:13): sexo y género se
sobreponen, pero no son sinónimos. El género trasciende el sexo biológico, no
se restringe a los aspectos del dimorfismo macho/hembra, masculino/femenino,
incluye el comportamiento y no se corresponde directamente con los órganos
reproductivos ni con los procesos eróticos y reproductivos en sí.
En casi todas las culturas, las mujeres parecen
tener más claridad sobre la manera como se comporta típicamente el género
femenino, y al interior de la lucha por los derechos de las mujeres, se ha
hecho universalmente evidente el género femenino y su identidad (Velandia,
1996), sin comprender por ello la diversidad de lo femenino. Sin embargo, y
casi en forma generalizada, sucede un fenómeno diferente en el caso de los
hombres, para quienes resulta más distante, complejo y menos evidente definir
las características propias del género masculino, su identidad y diversidad.
Ser masculino es un proceso ecológico, socialmente
aceptado, es decir, varía espacio temporalmente y de un lugar a otro. Al hacer
referencia a un espacio y a un tiempo determinado, se puede afirmar que los
procesos de socialización establecen los parámetros del deber ser masculinos y
por supuesto del deber ser femenino. Todas las sociedades establecen
diferenciaciones entre el ser masculino y el ser femenino, aunque ello implique
una diferenciación entre los géneros, asignando para cada uno determinados atributos,
características y connotaciones. Esta asignación no necesariamente está dada en
forma aislada del sujeto, sino que es una construcción cultural cuyo fundamento
no es biológico -a pesar de tener esta base-, sino construida, diseñada,
acordada y sostenida por un sistema de creencias, adscripciones y expectativas
(Ramírez: 1993).
Este “deber ser”, está influenciado por los
procesos de intercambio social: Identidad social de género, pero también, con
la identidad particular de género, es decir, la conciencia de asumir las
características que el individuo define para sí, como las que le hacen
masculino, son particulares y propias de su forma de ser, existir y
comunicarse.
Quien asume una identidad de género lo hace
también con todas las implicaciones que para ella o para él tiene esta opción.
Por ejemplo, aceptación social o marginalidad, determinado tipo de derechos
civiles, sociales y humanos, y controvertir o reafirmar la moral socializada
(Velandia: 96). La identidad masculina o la identidad femenina, como tal no
existen, existen identidades y su estudio implicaría el estudio de las
diversidades culturales de la especie humana, y aún y a pesar de ello, en cada
espacio socio cultural los individuos inmersos en él, construyen sus propias
identidades y por tanto sus propias masculinidades y feminidades.
De género en género hasta degenerar
Se ha determinado la violencia como elemento
fundamental de definición de la masculinidad, esta que es una tendencia muy
popular y reduccionista llega a afirmar que ser hombre es sinónimo de
violencia, y que por tanto los hombres son los agresores, los actores de la
violencia social y sexual, y que las mujeres son las "víctimas". No
pretendo justificar la violencia, esta no es plausible en ninguna de sus
manifestaciones, ni aceptable para ninguno de los géneros, pero muy
probablemente a quienes nos preocupa la salud del género humano el hecho de
encuadrar el diseño de los programas de salud a partir de la "necesidad de
castigar al victimario" me parece no solo tendencioso, sino, además,
bastante preocupante.
Dentro de esta misma idea popular de masculinidad,
el hombre se encuentra ligado a las labores productivas y al sustento económico
del hogar. Así, en los momentos en que el hombre es reconocido como importante
por su salud, generalmente lo es como hombre productor tal y como se lo escuché
a la enfermera Liliana Villarraga. La salud ocupacional hace de su objeto el “hombre-máquina”,
buscando con ello evitar que éste, asumido como engranaje, no le falle al
sistema, y se le asiste para que continúe cumpliendo adecuadamente con el papel
que de él se espera socialmente. Aun cuando la mujer rechaza del hombre su
violencia, la sociedad reconoce y valora al “hombre-guerrero”, éste puede
destruir la vida y la naturaleza en su camino al éxito, en especial cuando
destruye en nombre de quienes ostentan el poder, entonces· a este hombre se le
considera un triunfador, un héroe. Un tercer hombre: el político, pareciera ser
el sinónimo del sacrificio, y éste hombre es respetado y valorado en la medida
en que se niega a sí mismo, para responder lo que se considera es su
"compromiso social".
Estos tres grupos de hombres tienen en común la
posibilidad de acceder a los programas de asistencia sin ser rechazados.
También tienen en común que son los hombres que el género femenino pareciera
rechazar: son los hombres insensibles, violentos, negados de sí. Son los
hombres que parecen, no amar.
Los programas de salud no ofrecen alternativas
para otro tipo de hombres, porque el hombre que enferma es un ser
"débil", cualidad que "pareciera ser eminentemente
femenina" y por tanto aceptada en la mujer, pero no tolerada en el hombre.
El hombre no puede aproximarse a la ternura, porque al hacerlo pareciera negar
su esencia, por tal razón un hombre que es tierno, un hombre sensible, es
también un hombre "débil de carácter", un no hombre. Y los programas
de salud están concebidos para las mujeres, los niños, los ancianos, para los
que son hombres, pero no para los que perdieron la "posibilidad de serlo",
para aquellos que reniegan de dicha posibilidad. Como afirma Pablo Neruda,
muchos hombres se han cansado de serlo, o más bien se han cansado de jugar el
papel que la mujer reniega, pero sigue esperando que represente el hombre.
Pretender rotular los enfoques de la salud desde
un y para un género determinado, sobre todo si la concepción del género es tan
particular y tan diversa como la misma población, es negar la posibilidad de la
diversidad, pero sobre todo, es pretender que la salud es más importante para
aquellos o aquellas que pertenecen a un modelo determinado, es reclamar que una
diferencia biológica de la especie asociada con su reproducción o una
construcción cultural como lo es el género, determinen la validez de la salud
para unos y priven de la misma a otros.
Los programas de salud enfocados para mujeres,
como los programas reproductivos (materno infantiles), por ejemplo, niegan el
papel del hombre en los procesos educativos y formativos de los menores, y en
este caso, niegan incluso el derecho y el deber que los hombres tienen de
paternar y afianzan el papel de la mujer que se reprime sexualmente o se
violenta negándose a sí misma para sacrificarse en el cuidado de sus hijos.
Pretender dar respuesta a un problema social desde uno solo de los géneros,
será siempre una respuesta sexista y sesgada, y por tanto una respuesta
parcializada; una respuesta que no lo es. Se convierte este modelo de atención
en "un pañito de agua tibia", en un placebo ante una situación que
amerita una medicación correctamente aplicada.
La salud no puede ser entonces solamente un
elemento brindado a partir de los constructos culturales y de los limitados
imaginarios establecidos sobre los géneros, debe ir más allá; las
particularidades y autodefiniciones de los individuos requieren de paradigmas
más equitativos, más solidarios, más respetuosos de las diversidades y
unicidades en la prestación del servicio. La salud no es un problema de
géneros, la salud mucho menos es un problema de las mujeres o los hombres en particular,
la salud es una necesidad de todos: un problema del género humano.
BIBLIOGRAFÍA
RAMÍREZ, Rafael L. (1993). Dime Capitán:
Reflexiones sobre la masculinidad. Ediciones Uracán, lnc. Rio Piedras, Puerto
Rico.
MAZUR, T.; MONEY, J. (1993), Prenatal influences
and subsequent sexuality en Wolman, B. y Money, J. Handbook o human sexuality.
Jason Aronson, lnc. Nortvale, New Jersey, London. P. 4.
VELANDIA MORA, Manuel Antonio (1993). Campañas
preventivas para enfermedades de transmisión sexual y sida. En: Memorias del
Segundo seminario colombiano de sexualidad: Sexualidad en la adolescencia. Asociación Salud con Prevención, Bogotá. P.
134.
VELANDIA MORA, Manuel Antonio (1996). En la
Jugada: una experiencia de prevención del consumo de substancias psicoactivas y
de la infección por H/V/5/DA, a partir de la construcción de la identidad
particular y del redescubrimiento del propio cuerpo, en menores vinculados a
prostitución. Fundación APOYEMONOS/UNDCP-Naciones Unidas. Bogotá.
• Sociólogo, Filósofo. Investigador.
Miembro de la Sociedad Colombiana de Sexología. Oficial de enlace de la
Fundación Apoyémonos.
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