No podemos permitirnos callar, no es posible que sigamos aceptando que en Colombia los grupos armados asesinen, secuestren, amenacen y nosotros(s) sigamos permitiendo que nuestro país se desangre.
Los diferentes actores armados de esta guerra que nuestro país vive, han visto en el asesinato la mejor forma de “tapar con tierra y para siempre” la boca del enemigo. Depende desde donde se mire el mundo (guerrilla, paramilitarismo, ejército oficial), se considera que una muerte mas en el grupo de esos enemigos, es una ganancia.
En la guerra “todos ganan” porque todos asesinan en defensa de ciertos ideales (narcotráfico, políticos o la paz). Los muertos de los otros siempre serán bajas necesarias y los muertos propios héroes de la causa. Por supuesto, ninguna vida humana debería ser sacrificada, pero la guerra necesita de sus mártires para esconder serios problemas políticos y sociales de los que los ciudadanos no queremos o no deseamos enterarnos.
Olvidamos que somos personas, ciudadanos, seres políticos, sujetos de derechos y entonces, nuestra participación en los hechos que afectan a la nación, que somos todos, muchas veces se restringe al comentario anodino sobre la noticia de turno.
Durante mucho tiempo se tuvo la percepción de que la cúpula de las FARC eran impenetrables, pero el cuerpo de Raúl Reyes, exhibido cual trofeo de caza, nos muestran que esta falsa idea está cambiando.
El hecho de que ciertos cabecillas políticos y militares de los grupos paramilitares estén encarcelados, nos muestra que hay cierto interés en construir un país distinto.
Lo preocupante es que frente a las dos situaciones, el ciudadano común y corriente de mucha más importancia a lo que sucede a las FARC que lo que le ocurre a los grupos paramilitares. Construir la paz implica dar sentido a todo acto que pueda transformar las relaciones que conducen a la guerra.
Los asesinatos, detenciones y penalización de los delincuentes, cualquiera que sea el espacio de donde provengan (estado, guerrilla o paramilitares) son un signo que todos deberíamos leer como la acción legal de todo Estado de derecho que construye una sociedad democrática, pero la democracia implica denunciar todo acto de barbarie contra cualquier ciudadano, sin importar cual de los tres actores armados de esta guerra ha sido el causante.
La Marcha del 6 de marzo no es a favor de las FARC, es para denunciar los crímenes de los paramilitares y de aquellos sectores del Estado que buscando la “seguridad Democrática”, y que han hecho del terrorismo su arma contra los ciudadanos que como usted o como yo, somos víctimas directas e indirectas de la guerra.
Muchas personas marcharon para denunciar las violencias ejercidas por los miembros de las FARC, el llamado en este momento es marchar para denunciar todas las violencias ocasionadas por los grupos paramilitares.
El cuarto actor de este conflicto somos los ciudadanos que no estamos en ninguno de los otros bandos del conflicto (creo que los ciudadanos no estamos en guerra, por lo menos no de manera directa) pero igualmente tenemos nuestra propia arma, que es determinante: la denuncia.
Nadie podrá acallar la voz de millones de ciudadanos. Nuestra sanción política debe hacerse oír; debemos decir que queremos la paz, a quienes han hecho su arma contra todos los ciudadanos al asesinato, el secuestro, el desplazamiento forzado, la amenaza de muerte y las demás formas de violencia.
Ningún ciudadano que no haya participado en esta guerra puede pensarse enemigo de cualquier otro ciudadano que desde la paz busca la paz; pero si no nos asumimos como objetores de conciencia, entonces muy seguramente fue nuestra decisión participar desde la complicidad del silencio.
Como objetores de conciencia, debemos lograr que la marcha se transforme en una sola voz que rechaza todo acto de barbarie; que nuestro grito se oiga en cada rincón de Colombia, en todos los lugares del mundo; que esta multitudinaria movilización sea una manera de decir que no queremos seguir siendo cómplices de esta guerra en la que nadie nos solicitó participar.
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