Entrevista a Manuel Velandia por FÁTIMA RUIZ.
Muchos gay siguen siendo delincuentes o discriminados en Latinoamérica y Caribe
En algunos países son delincuentes. En muchos, pecadores. En todos, víctimas de la intolerancia. La homosexualidad se ha despenalizado en amplias zonas de América del Sur, pero aún hay lugares en los que salir del armario es entrar en la cárcel, la herejía o la marginación social.
El Caribe, sobre todo, donde abundan códigos penales escritos con tinta de otro siglo que aún se cuidan de castigar la sodomía como una aberración. Que en Barbados se paga hasta con cadena perpetua. En Trinidad y Tobago, con 25 años en prisión. Y en Belice, Granada o Jamaica, con una década en la cárcel que incluso puede aderezarse con trabajos forzados. O con una estancia en un sanatorio psiquiátrico «para su tratamiento» y «si el tribunal lo estima oportuno», como en el caso de Dominica.
Lo denuncia un informe de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (Ilga), que, si bien reconoce los «importantes avances impensables hace unos años» en cuestión de derechos, también advierte de «la falta de voluntad política para impulsar nuevas legislaciones que garanticen una ciudadanía plena».
Porque hay países latinoamericanos donde ser gay o lesbiana no es delito, pero sí una cadena perpetua cotidiana que puede condenar al exilio. En Colombia, al éxodo provocado por el conflicto se une otro silencioso que el año pasado obligó a 100 activistas homosexuales a pedir asilo fuera del país.
Manuel Antonio Velandia lo hizo en España, después de salvarse por los pelos de un atentado con granada dirigido a disuadirle de su lucha por promover una ley de parejas de hecho en el Senado. Corría el año 2007 y aquello le costó la patria al fundador del Movimiento Homosexual Colombiano, aunque la Corte Constitucional acabó reconociendo los derechos de los gay, que a partir de ese año se equipararon a los de los heterosexuales excepto en cuestiones de adopción.
Hay tres escollos históricos en el camino a la igualdad en el continente, según Velandia, que advierte a este diario de que «el hecho de que las normas cambien no implica que lo haga la cultura». El primero es de orden médico: «No hay que olvidar que la primera enfermedad sexual decretada en el siglo XIX en el mundo fue la homosexualidad. De hecho permaneció un tiempo en la lista de patologías de la OMS».
Segundo, de orden religioso: «El fundamentalismo católico, que no acepta la homosexualidad, está en la raíz de la discriminación. En plena campaña para aprobar el proyecto de ley de unión civil, los jerarcas de la Iglesia colombiana llegaron a publicar anuncios que equiparaban la homosexualidad con la zoofilia o el sadomasoquismo». Y tercero, la cuestión de que «el poder continúa siendo masculino y ser gay se considera una ruptura con el rol tradicional misógino y machista», dice Velandia, que establece un ránking de peores países en América Latina para ser gay o lesbiana. Brasil, en primer lugar, donde las reinas transexuales del carnaval son asesinadas cuando se apagan los fuegos artificiales. La asociación Grupo Gay da Bahia informa de 198 personas muertas por su condición sexual sólo en el año 2009. Una cada dos días. El país carece de legislación a nivel estatal, asegura Velandia, aunque algunos estados sí cuentan con leyes propias para proteger a los gay.
Ecuador y Colombia son otros dos delicados destinos. «En Ecuador ha dejado de ser delito, pero antes si a uno lo denunciaban se lo podían llevar preso una semana. Ese miedo ha calado en la población».
En su país se añade la circunstancia de que el activismo también se topa con la guerra interna. «Tenemos problemas con la guerrilla y los paramilitares, porque hemos denunciado que los unos implantan DIUS a niñas de 8 a 12 años [de las que abusan] y que los otros están implicados en la trata de personas».
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