Por Manuel Antonio Velandia MoraEspaña, diciembre 13 de 2013
Hoy los muchachos dudan entre aceptar la invitación a la cena
navideña en casa de los padres de su novio, o si llevarlo por fin a casa a que
éste conozca a sus suegros.
Aunque es verdad que todavía hay suegr*s chapadit*s a la antigua,
cada vez es menos extraño que los padres de familia sean relajados y respeten
la orientación sexual de sus hijos, al punto de invitar a sus yernos a la cena
navideña (Incluso, los papás de algunos chicos solteros piden al divino niño
para navidad que se consigan un novio chévere). No obstante, hay otros papás
para quienes nunca será divertido que el novio de su hijo esté en la casa;
muchas veces los rechazan más por el peso que le dan al “qué dirán los vecinos”
que por ellos mismos.
La aceptación de las diversidades sexuales ha tenido un cambio
radical en dos generaciones: los padres menores de 40 años suelen tomarse con
mucha más apertura mental que su hijo sea gay o lesbiana, que lo que lo hubieran
hecho sus propios padres. Los padres entre 40 y 60 aunque les cuesta aceptarlo,
son un poco más abiertos (o resignados) y los mayores de 60, especialmente los
que tienen convicciones religiosas muy arraigadas, se aferran a la negación.
Y con respecto al perfil de los hijos por edades, en contraste con
los padres jóvenes, se está presentando una gran intolerancia en los hijos que
tienen 12 a
veinte años, que difiere cantidades de lo que dicen y hacen los chicos de los
cinco a los 11 años, quienes suelen sorprenderse poco con el tema. Los hijos de
20 a 35
suelen ahora aceptar su orientación sexual con más facilidad; al mejor estilo
europeo, en las calles bogotanas, en Transmilenio, jóvenes parejas de hombres o
mujeres se toman de la mano, ya ni siquiera en tono desafiante con la sociedad
sino de manera desprevenida. Pero la mayoría de los hijos mayores de 35 años
cargan aún con el lastre del “qué dirán” y es en la franja donde encontramos
más gente de clóset arremetiendo contra los que viven su sexualidad de manera
abierta (cof cof Fundación Marido y Mujer, cof cof).
El peso de la religión en ellos es grande, también creo que su
negación tiene que ver con la epidemia del sida en los 80s y 90s y el hecho de
que en los medios masivos se presentaba una imagen tan dramática de la
enfermedad. Algunos padres, no obstante, se sintieron aliviados de que sus
hijos siguieran vivos y eso les llevó a cambiar su relación, lo que cambió la
actitud incluso hacia los que ahora viven con el VIH/sida.
“En mi casa no saben”
Las madres, más que los padres, casi siempre conocen de la
orientación homosexual o lésbica de su hij*, pero el temor a confirmarlo las
obliga a no preguntar, hace que prefieran hacerse l*s desentendid*s y no se atrevan a
plantear el tema. Cuando se autorizan a interrogar o a fisgonear a hurtadillas
las visitas y llamadas telefónicas, es porque ya definitivamente se decidieron
a comprobarlo. De todas formas, siempre guardan en el “fondo de sus
corazones” la esperanza de estar equivocad*s.
Para un hombre que se piensa homosexual o una mujer que se asume
lesbiana es supremamente difícil hablar con su madre y su padre al respecto. Lo
es generalmente, no por ell*s mism*s, sino por el temor que tienen a causarles
dolor, o más correctamente, a romper los imaginarios construidos sobre ell*s
desde cuando empezaron a pensarl*s human*s.
Mijo, mejor no me diga nada
Desde mucho antes de ser padres y madres, las personas tejen sobre
l*s hij*s una serie de fantasías con respecto a toda la globalidad de su ser.
L*s piensan no sólo con un cuerpo, sino con un comportamiento, una actividad
laboral, un estilo de vida, unas relaciones afectivas, una familia, unas
creencias, un*s amig*s, una manera de disfrutar la vida, de comunicarse, una
economía. Incluso los imaginan con unas normas de comportamiento, una posición
social y hasta tienen claro cómo serán sus niet*s, atreviéndose con todo ello a
construir una vida para ell*s.
Los padres y madres en general no educan a sus hij*s en la
libertad de la autodeterminación sino desde el principio de la obediencia
plena. L*s hij*s saben que autodeterminarse implica, de alguna
manera, romper con dichos imaginarios. Los padres y madres igualmente conocen
que algunos rompimientos necesariamente ocurrirán, pero no esperan que estos se
den precisamente en el “deber ser” para la sexualidad.
Ser homosexual o lesbiana no es algo que se haga contra el padre y
la madre. Es una determinación particular que se vive para sí y no en función
de otr*s. Sin embargo, quien se asume en una orientación sexual que de
alguna manera implica un rompimiento con el “deber ser” socializado, vive un
proceso de crisis. Ésta se presenta desde el mismo momento en que se da cuenta
de su posible quebrantamiento a la norma estipulada (heterosexual), hasta
cuando definitivamente se identica en su orientación sexual (homosexual o
lésbica) y la asume para su cotidiano. Estas crisis se genera tanto por su
propia contradicción, como por la que se le presenta con el modelo del “deber
ser”, cuyos representantes más cercanos y directos son sus propios padres y
madres.
La crisis se vive por romper las expectativas ajenas, más que por
truncar las propias. Acomodarse a aquello que se le ha trazado “no es posible”
porque no se ajusta a su “querer ser”, sino que es una imposición que l* obliga
a “ser” aquello que precisamente ha decidido “no ser”. La disyuntiva por la que
pasan la gran mayoría de homosexuales y lesbianas está entre decidirse a ser
para sí mism*, o seguir el juego social y comportarse en público siguiendo el
patrón del “deber ser” que de ell*s se espera.
Si la persona se decide a vivir su vida en función de sí misma,
hace entonces explícita su orientación sexual o rompe definitivamente con su
grupo familiar como una manera de no confrontar la situación. Si
se decide por no hablar al respecto, asume una vida totalmente “clandestina”
que l* puede llevar a convivir con su familia hasta bien avanzada su edad o
incluso, hasta aceptar construir una relación formal heterosexual. Este último
grupo, generalmente, es el que presenta un mayor conflicto para sus familiares
y pareja, ya que est*s últim*s, por algunas situaciones, empiezan a notar
“algo” que les es extraño; logran “darse cuenta” de que algo está pasando en la
otra persona, y esto genera el conflicto que desencadenará la negación total o
la evidencia de la orientación sexual.
La navidad que el procurador no quiere que las familias celebren
Bien sabido es que "Terminator", como bien han apodado algunos al Procurador, ha intentado negar a las familias homoparentales sus derechos, pero a pesar de todos los intentos desde la procuraduría, los matrimonio entre personas del mismo sexo no sólo no perdieron sus derechos, sino que les fueron confirmados.
No todo es rechazo, en Bogotá está el Grupo de Padres, Madres y Familiares de personas LGBT, TRANSFAMILIAS en el que otros padres que se encuentren en conflicto frente a este tema pueden encontrar apoyo. Algunos padres y madres que no aceptan a sus hijos deberían regalarse de navidad una sesión con esta organización.