En México recientemente han creado un restaurante para perros, recordando que muchos homosexuales tienen a sus mascotas en mejores condiciones que a su pareja, Manuel Velandia reflexiona sobre que hacer con “los hijos” cuando terminan una relación.
Siempre se ha pensado que los homosexuales no tienen que pasar por una de las decisiones más difíciles que debe tomar una pareja: decidir quién se queda con los hijos. Pero muchos gay que no se decidan a adoptar o a acostarse con una mujer así tan solo sea para preñarla, terminan comprándose una mascota o aceptándola de regalo de eso que llaman “un buen amigo”.
Realmente no me gustan los niños. Siempre he dicho que los prefiero de 22 años o centímetros hacia arriba. Me gustan mas los gatos, por su independencia, que los perros, así sean inteligentes, tiernos, cariñosos, muevan la cola cuando el amo llega a casa o salten de la felicidad cada vez que se les dirige la palabra.
Las mascotas se bautizan con nombres que generalmente se consideraban propios de los seres humanos, así que no es raro que la gata se llame Maria Claudia y el perro Antonio. Sus padres putativos se refieren a ellos con tal emoción, que no se diferencian en nada de cómo habla un padre orgulloso de su “retoño". Los he visto felices mostrando las fotos, contando cómo les hablan, y hasta las peripecias que se pasan yendo de tiendas a comprar la comidita especializada. Se toman la tarde para llevar “la niña” a la peluquería, mandarle hacer las uñas en azul e inclusive, aprovechan el viajecito a Miami para comprarle las hebillas, la correa de moda y la camisetica de algodón para las noches frías.
Creo que tener una mascota es como tomar un cursito para aprender a paternar o maternar, porque tenerla implica paciencia, cuidado, interés por los demás y sobre todo tiempo, ya que si se tiene uno de estos “niños”, pensar en vacaciones, salir al cine o simplemente salir al gimnasio requiere tener primero una discusión de pareja para decidir con quién dejarlos; Y es que en algunas ocasiones las mascotas son más difíciles de cuidar que los mismos niños; ellas tienen amores y odios profundos, y sus afectos se pierden o se ganan para toda la vida.
He visto a la gata de un amigo parada en la puerta de su apartamento, hecha una bola enorme de pelos, maullando a grito herido y dando resoplidos, dispuesta a no dejar entrar al posible amante que no le gusta. Es más, creo que ella es quien decide con quien debe él acostarse o no hacerlo. Si cuando están en lo mejor del encuentro sexual no está la puerta abierta, ella es capaz de armar tal revuelo que necesariamente tienen que parar y abrirle. Para Mary, como cariñosamente la llaman, esta es la peor ofensa y se desquita orinando las medias del amante en cuestión. Por supuesto, el hombre no vuelve y si lo hace, ella se encarga de no dejarlo pasar del lobby.
El exmarido del papá de Mary la adora. Ella es su mayor cómplice e incluso, si él deja de aparecer por casa unos días, Maria Eugenia (su nombre de pila) se niega a quitarse de la puerta. Así que a mi amiguito la única posibilidad que le queda es llamarlo, y el “ex”, medio rogado y a regañadientes, llega con su latica de pollo, que trae de Europa para aquellas ocasiones especiales.
Si no fuera por Maria Eugenia, ya hubieran dejado de verse hace años, pero “su hija” ha podido lograr lo que el terapeuta de pareja nunca pudo.
Por supuesto, prefiero la separación a atar a un exmarido con una gata o un perro; es más, prefiero un perro bien perro a un cuadrúpedo cualquiera, pero no puedo dejar de admirar la abnegación que requiere perderse una fiesta o la cena en casa de un buen amigo por quedarse cuidando “los niños”.
Hay algo que siempre me ha parecido muy extraño y contradictorio. Los gay que nunca quisieran que sus hijos fueran homosexuales hacen de sus mascotas animales re-maricones, no sé si por educarlos a imagen y semejanza o porque las mascotas siempre terminan pareciéndose a sus amos.
Los hombres no tenemos que tomar la píldora, y usamos el condón cada vez que se nos pasa alguien por delante o por atrás. No nos ligamos las trompas y no quedamos embarazados. Las mascotas llegan a ser hijos legítimamente concebidos, anhelados profundamente, y no procreados por un error en la cuenta del ritmo. Estos “niños” suelen ser tan importantes en la vida de las parejas de homosexuales que incluso se llegan a convertir en la única vinculación que perdura después de que todos los fuegos se apagan. Tal vez por eso, si un día Mary, educada con todos los privilegios, termina en un desliz con un gato callejero, mi amigo arriba mencionado podría perdonar tal desfachatez e inclusive superar la indignación, logrando con la gata lo que no pudo con su marido: absolverlo por haberse acostado con un perro cualquiera.
Fotografia: "Botas" por Manuel Velandia.
Texto original paraAGMagazine http://www.agmagazine.com.ar/?IdNot=963&cnt=6
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