Sería de esperar que los seres más atractivos de las diferentes especies fueran las hembras, pero que va, la naturaleza es algo extraña y son los machos los más atractivos, y lo son aún más, en la época de apareamiento.
Los seres humanos están preparados para el apareamiento de manera permanente y no tan solo para algunas épocas, razón por la que el macho de esta especie, a diferencia de los de otras, ha tenido que desarrollar ciertas potencialidades, capacidades y elementos de consumo que le ayudan a lucir atractivo por más tiempo, como la moda, maquillajes, accesorios, machificación en el gimnasio, atractivo al que se suma el mas grande de todos los atractores sexuales: la capacidad adquisitiva.
No se sabe por qué razón el macho humano se torna aún más atractivo cuando sostiene una relación de pareja de esas que pudiéramos llamar “estables”. Pudiera ser el instinto de sobrevivencia, el de competencia o la simple vanidad la que nos lleva a querer mostrar orgullosamente como presa o trofeo de caza a aquel que previamente se nos había mostrado como fiel e indiferente; por supuesto ser “infiel” es también una posibilidad de reconocerse atractivo, deseable e inclusive sexualmente vigente, dado que tener pareja tiene el inconveniente de sacarnos de circulación y ponernos a dudar sobre si seguimos siendo tan atractivos como pensamos.
La infidelidad únicamente es posible si existe una relación de pareja y ésta tiene diferentes valoraciones dependiendo del tiempo, el tipo de intercambio genital que se presente y la solidez de la vinculación: hay grandes diferencias entre ser amigos, amiguito, amigo compatible sexualmente, noviecito, amante, pareja, esposo, un rato, un “sobrino”, amante, usuario e inclusive tinieblo.
Los hombres respondemos al patrón social de “macho latinoamericano” preparado para “entrenarse” y así, cumplir bien con las “funciones matrimoniales”. El modelo que tenemos los homosexuales es el de la pareja heterosexual, en él los roles están plenamente preestablecidos así que de alguna manera cuando nos emparejamos nos vemos “obligados” a seguir con aquello que la cultura “nos impone”.
Todos tenemos la fantasía de tener una pareja estable pero el temor a vernos coartados en nuestra libertad nos lleva a considerar que la fidelidad, como todas las normas, es para trasgredirla. En últimas el problema radica en que en una pareja homosexual son dos hombres los que se relacionan y en última instancia son dos machos quienes comparten.
Será que la infidelidad se relaciona con que las parejas homo no se consolidan de la misma manera que las heterosexuales. Vale la pena cuestionarse sobre qué elementos consolidan la pareja heterosexual. Se cree que son aspectos como los hijos, la aceptación familiar de la pareja, la vinculación afectiva entre los miembros de la pareja, una economía estable; pero a diferencia de ésta, en la pareja entre dos hombres no suele haber hijos y la aceptación familiar de una pareja del mismo sexo es poco frecuente e incluso probable.
¿Construir cambios legales como la ley de derechos civiles para parejas del mismo sexo que se busca se apruebe en la Cámara de Representantes contribuye a dicha consolidación? Espero que si, pero igualmente no es ello suficiente. Sería necesario además cambiar el modelo macho, masculino, falocrático y heterosexual de relacionamiento para cambiar la mente de los hombres y además que éstos quieran cambiar.
De todas maneras el cambio cultural se alimenta tanto del cambio social como del cambio político y el cambio relacional entre los hombres y de estos con las mujeres y entre ellas mismas; sin embargo, es precisamente en estos campos en los que menos hemos avanzado. Ese cambio al igual que otros de los que hablo a continuación favorecerían también a los hombres con parejas heterosexuales, pero ese no el tema de este escrito.
El mayor cambio cultural posible es alcanzar la expresión permanente del amor
Parecerá muy cursi leerlo pero lo que realmente consolida una pareja es el amor, por eso es que un polvo ocasional o un “rapidito” siempre dejan esa sensación de desazón y un vació enorme en el estomago que se extiende hasta el corazón. Es también por ello que el amante se disfruta mucho más, porque por esa persona se siente amor; pero cuando se establece una relación esas frases acarameladas, esas miradas infinitas, esas caricias que nunca acaban, ese placer indescriptible del encuentro que acrecienta el vínculo se van perdiendo y haciéndose monótonos los encuentros.
Se pierden porque los hombres somos animales de costumbres y es eso se transmuta una relación, en la más repetitiva imposibilidad del verdadero encuentro amoroso. Con el paso de los días, meses, años, se pierde todo encanto, todo placer, todo deseo. Se malgasta toda oportunidad porque como machos que somos no estamos formados para expresar libremente nuestros afectos. Nos cuesta decir te amo y en especial repetirlo, ya que se considera que lo dicho, dicho está. Nos preguntamos para qué repetirlo si ya “eso” es evidente.
La imposibilidad de expresar el amor es tal vez, para cualquier hombre, la pérdida más grande que se obtiene de todo el proceso educastrativo de la machificación y la culturización. El amor se expresa en la conquista pero no tiene sentido conquistar aquello que ya poseemos. El amor, cuando se manifiesta, se suele evidenciar por medio de objetos pero no de expresiones de ternura. A todos se nos hace un nudo en la garganta cuando una palabra cariñosa se nos escapa y se nos pide que la repitamos, porque toda demostración es considerada una debilidad y todo macho que se respete debe ser fuerte, así sea para callar su miedo a la infelicidad.
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