Ha pasado de ser la celebración del día del Orgullo Gay a convertirse en la del Orgullo LGBTQ, sigla tan de moda en estos tiempos en todo el mundo (exceptuando en nuestro medio la “Q de Queers), que ya ningún medio de comunicación considera que debe ser aclarada y recibe tal importancia porque aúna las reivindicaciones de sectores muy diversos, así en los comienzos organizativos de estas poblaciones cada una fuera por su lado e inclusive se les dificultara encontrarse en un mismo espacio y lucha.
La marcha LGBT, en otros tiempos carnaval, es la expresión simbólica de la causa común de las minorías sexuales en torno a sus derechos sociales, culturales, económicos y por supuesto políticos. En países como Colombia, en donde la vulneración a los derechos humanos es mayor, la marcha adquiere un cariz diferente a acciones como las del Europride en la que el tema era la “igualdad para todos” y que reunió en Madrid a casi dos y medio millones de participantes de todo el mundo.
Tanto en Europa como en América las actividades al rededor del 28 de junio son una apoteosis al trabajo sexual político que celebra los éxitos alcanzados pero también, en este año, la historia del movimiento LGBT; por ejemplo, en Madrid se abrió una exposición en la que se conmemoran los 30 años del movimiento homosexual en España, conmemoración que en Colombia deberá celebrarse el próximo año.
Sin embargo, las celebraciones no están exentas de sombras; por ejemplo, en España se recordaba como a las transvestis y las transexuales nadie las quería tener en las primeras marchas. Por supuesto a las trans siempre las han y se les sigue discriminando con diferentes excusas como su “extravagancia en el vestido”, la libertad en la expresión de su cuerpo re-construido, viven plenamente la feminidad que otros maricones temen tener o simplemente porque son la trasgresión máxima al “deber ser” macho, masculino, falocrático y heterosexual.
Tanto en Europa como en Colombia las trans fueron la carne de cañón de la violencia policial en todos estos años de lucha, son quienes mas muertos han puesto en los procesos de “limpieza social” y hasta las menos favorecidas en las reorganizaciones territoriales de los espacios en los que laboran aquellas personas a quienes la misma violencia y pobreza han llevado al trabajo sexual.
De las trans poco se ha reconocido la importancia que tuvieron y siguen teniendo en la construcción de la igualdad y el reconocimiento de la diferencia y la unicidad, pero detrás de la marcha también aparecen otras sombras. Feministas solidarias con la causa, personas que salieron del closet públicamente, cientos de asesinados y líderes gay que, por el peso de sus acciones y sus críticas, apoyaron de manera significativa a la normalización de la homosexualidad en nuestras sociedades, se descartan e ignoran.
Sobre estos otros excluidos y excluidas llama la atención Juan Brasas en El Mundo de Madrid, quien afirmó el pasado 30 de junio “significados activistas que se entregaron por completo a la lucha por la igualdad de gays y lesbianas han sido marginados, e incluso objeto de conspiración, por parte de aquellos compañeros de lucha que han acumulado provecho personal y poder como resultado de la enorme proyección social y política que ha adquirido la cuestión gay en los últimos años”.
Por supuesto que no puede negarse su aporte positivo al movimiento LGBT y en la construcción de sus derechos pero como considera Brasas -quien es profesor de Ética social en la Universidad de California-, “ciertas organizaciones adquieren un papel hegemónico y un importante rol de liderazgo debido a sus estrategias de marketing, relegando a un segundo plano a otras organizaciones y personas, siendo estas ultimas sistemáticamente marginadas por los medios de comunicación”.
De un modo ciertamente injusto, dice Brasas, las organizaciones de provincia, con sus múltiples actividades, algunas de ramificaciones internacionales, permanecen invisibles a esos mismos medios y vedettes (organizaciones y personas). Afortunadamente y a pesar de esa dificultad para aparecer sigue dándose un activismo de base movido por personas idealistas y sin pretensión de ganancia personal.
Los partidos políticos también sacan ganancia de los LGBT y han descubierto en ellos un filón del cual extraer votos, pero fuera de exclusiones y partidismos se mantienen luchas comunes aun cuando pareciera que la lucha por los derechos civiles de las parejas del mismo sexo pertenece a un partido olvidando que sin importar el sector social, al organización o el partido al que pertenecen son las acciones de muchos y muchas las que han posibilitado lo poco que hasta ahora se ha logrado.
Este es un momento adecuado para recapacitar luego de la apoteosis de las marchas; la fuerza obtenida de esta presencia pública debe ser el impulso que permita eliminar toda forma de discriminación a la población de transexuales, transgéneros y demás transgresores/as sexuales, así como para reforzar lo que Brasas denomina un “activismo ético” cuyo objetivo sea la lucha por la justicia y no la ambición de poder.
Tanto en Europa como en América las actividades al rededor del 28 de junio son una apoteosis al trabajo sexual político que celebra los éxitos alcanzados pero también, en este año, la historia del movimiento LGBT; por ejemplo, en Madrid se abrió una exposición en la que se conmemoran los 30 años del movimiento homosexual en España, conmemoración que en Colombia deberá celebrarse el próximo año.
Sin embargo, las celebraciones no están exentas de sombras; por ejemplo, en España se recordaba como a las transvestis y las transexuales nadie las quería tener en las primeras marchas. Por supuesto a las trans siempre las han y se les sigue discriminando con diferentes excusas como su “extravagancia en el vestido”, la libertad en la expresión de su cuerpo re-construido, viven plenamente la feminidad que otros maricones temen tener o simplemente porque son la trasgresión máxima al “deber ser” macho, masculino, falocrático y heterosexual.
Tanto en Europa como en Colombia las trans fueron la carne de cañón de la violencia policial en todos estos años de lucha, son quienes mas muertos han puesto en los procesos de “limpieza social” y hasta las menos favorecidas en las reorganizaciones territoriales de los espacios en los que laboran aquellas personas a quienes la misma violencia y pobreza han llevado al trabajo sexual.
De las trans poco se ha reconocido la importancia que tuvieron y siguen teniendo en la construcción de la igualdad y el reconocimiento de la diferencia y la unicidad, pero detrás de la marcha también aparecen otras sombras. Feministas solidarias con la causa, personas que salieron del closet públicamente, cientos de asesinados y líderes gay que, por el peso de sus acciones y sus críticas, apoyaron de manera significativa a la normalización de la homosexualidad en nuestras sociedades, se descartan e ignoran.
Sobre estos otros excluidos y excluidas llama la atención Juan Brasas en El Mundo de Madrid, quien afirmó el pasado 30 de junio “significados activistas que se entregaron por completo a la lucha por la igualdad de gays y lesbianas han sido marginados, e incluso objeto de conspiración, por parte de aquellos compañeros de lucha que han acumulado provecho personal y poder como resultado de la enorme proyección social y política que ha adquirido la cuestión gay en los últimos años”.
Por supuesto que no puede negarse su aporte positivo al movimiento LGBT y en la construcción de sus derechos pero como considera Brasas -quien es profesor de Ética social en la Universidad de California-, “ciertas organizaciones adquieren un papel hegemónico y un importante rol de liderazgo debido a sus estrategias de marketing, relegando a un segundo plano a otras organizaciones y personas, siendo estas ultimas sistemáticamente marginadas por los medios de comunicación”.
De un modo ciertamente injusto, dice Brasas, las organizaciones de provincia, con sus múltiples actividades, algunas de ramificaciones internacionales, permanecen invisibles a esos mismos medios y vedettes (organizaciones y personas). Afortunadamente y a pesar de esa dificultad para aparecer sigue dándose un activismo de base movido por personas idealistas y sin pretensión de ganancia personal.
Los partidos políticos también sacan ganancia de los LGBT y han descubierto en ellos un filón del cual extraer votos, pero fuera de exclusiones y partidismos se mantienen luchas comunes aun cuando pareciera que la lucha por los derechos civiles de las parejas del mismo sexo pertenece a un partido olvidando que sin importar el sector social, al organización o el partido al que pertenecen son las acciones de muchos y muchas las que han posibilitado lo poco que hasta ahora se ha logrado.
Este es un momento adecuado para recapacitar luego de la apoteosis de las marchas; la fuerza obtenida de esta presencia pública debe ser el impulso que permita eliminar toda forma de discriminación a la población de transexuales, transgéneros y demás transgresores/as sexuales, así como para reforzar lo que Brasas denomina un “activismo ético” cuyo objetivo sea la lucha por la justicia y no la ambición de poder.
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