lunes, 6 de agosto de 2007

Los hombres juegan a ser machos

El temor a no ser reconocido como “macho” en un país eminentemente machista como Colombia es una de las situaciones emocionales que más traumatismos crea en los hombres; estos, sin distingo de su orientación sexual, temen no ser machos.

Esta es la razón por la que algunos heterosexuales no se posibilitan participar de las fantasías sexuales de su pareja, cuando ellas desean estar en medio de dos hombres.

La moda determina los lineamientos de lo que es un cuerpo perfecto, que no necesariamente es un cuerpo sano, de ahí que una marcada tendencia en la moda corporal sean los procesos de “machificación”.

Me pregunto ¿Por qué muchos hombres tiendan a exagerar su ser “macho”?, ¿será este un recurso de los homosexuales para poder relacionarse sin ser excluidos socialmente?

Las especies animales se dividen en machos y hembras. En los humanos al macho socializado afectado por la cultura se le denomina hombre y a su actuar, la masculinidad. Se ha dicho que la posibilidad de hacer construcciones lógicas parece ser inherente al hombre y que las mujeres tienden a ser más emocionales. Igualmente, que quien desarrolla pensamiento tiene el poder, y estos se atribuyen primordialmente a los hombres.

La masculinidad es un imaginario, “deber ser” influenciado en su construcción social por la cultura, las interacciones sociales y las maneras de explicar el mundo relacionado con la sexualidad, que en Colombia tiene un marcado acento judeocristiano. Podemos afirmar que hay tantas masculinidades como seres que las asumen o desean asumirla; no es específica de los hombres sino también de los trangéneros, quienes habiendo nacido mujeres y criadas en la feminidad transitaron hacia lo masculino, y de aquellas otras quienes en su transito identitario abandonaron el modelo masculino para aproximarse y “estar siendo” en lo femenino.

El machismo es una construcción ideológica, una forma de actuar e intercambiar socialmente, de ejercer poder directamente emparentada con el ejercicio del modelo de masculinidad imperante en la cultura. A quienes vivencian ésta situación desde su ser hombres se les denomina machos. El macho o quienes pretenden estarlo siendo se asumen seres superiores a quienes no lo son.

Los machos apoyados por las mujeres y sus proceso de endoculturación en la familia, la escuela, enmarcados por la cultura y las relaciones sociales han construido los imaginarios sobre cómo “debe ser” el comportamiento apropiado para la especie (ya sean hombres o mujeres) y excluyen, estigmatizan, vulneran y marginan a quienes no socializan como típicamente machos.

La separación social entre machos, machos no tan machos, mujeres machas y mujeres por supuesto no es fruto de un desarrollo racional, sino consecuencia de procesos emocionales, lo que nos llevaría a confirmar el supuesto de que el machismo -y sus consecuencias- son el resultado de la emocionalidad y no de la racionalidad.

El poder autoreferenciado del macho, aceptado por algunas mujeres y homosexuales, ha dado a los hombres, y en especial a los “machos”, una serie de posibilidades para el relacionamiento que se derivan en formas de poder, que se auto y heteroafirman en el poseer uno de los elementos representativos de la imagen corporal del cuerpo del animal macho -el falo. Este pone a quien lo posee en la escala superior de su especie, en lo que se ha denominado falocracia.

En ésta, tanto las mujeres como los hombres que no asumen el machismo como su referente pleno, son entendidos y asumidos socialmente como grupos a quienes se puede estigmatizar, vulnerar, agredir e incluso, se les considera faltos de hormonas: afirmando que “es la testosterona y no la emocionalidad lo que lleva a los hombres a la aproximación carnal”.

La explicación biologicista del ejercicio de la falocracia olvida que en el proceso de socialización y por los efectos de la cultura los hombres, al convertirse en adultos, aun cuando se afirmen como seres racionales no pueden negar su parte emocional e instintiva. El machismo niega la emoción como una posibilidad condicionada cerebralmente y excluye a todo aquel que aparezca como sensible o exprese su emocionalidad, más aún en situaciones en las que “todo hombre debe ejercer su autocontrol”, como en el duelo, el dolor y en la expresión de los afectos.

Los hombres homosexuales que tienen problemas en la construcción de su identidades de sexo y masculinidad han encontrado dos alternativas para socializar: primero, fingirse “machos” para ser aceptados; y, segundo, asumirse como sujeto-objeto de exclusión, y en consecuencia permitirla y autoexcluirse. Alternativas a las que recurren ciertos heterosexuales igualmente en crisis identitaria.

Los primeros como una manera de “resolver” dichas contradicciones se construyen para sí mismos y los demás un cuerpo “machificado”, ya sea por el desarrollo extremo de su musculatura por medio del ejercicio físico, o por la ingesta de substancias, como los esteroides. Otros menos interesados en hacer del gimnasio su espacio para la “machificación” prefieren estrategias más rápidas y menos exigentes como la aplicación cosmética de prótesis (implantes de silicona y otros materiales que emulan la musculatura hipertrofiada).

Algunos pocos hombres prefieren, con ayuda medica y a veces de un simple vendedor de medicamentos no formado para ello, construirse ciertos rasgos secundarios con la aplicación de hormonas como la testosterona, con lo que logran cambios significativos en la tersura de la piel, en la estructura muscular e incluso, el aceleramiento de la alopecia, considerada por algunos como otro símbolo en la imagen del macho y la presencia marcada de vello.

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