Por Manuel Antonio Velandia Mora
España, Septiembre de 2012
¿Qué tienen que ver las «pechugas» de Kate Middleton con el
sacerdote católico —y pedófilo— Ruggeri?, se podrían preguntar los lectores.
Ella, un personaje público; él, un completo desconocido que
ahora está en boca de todos. Ella, miembro de la Corona británica, está
felizmente casada con el príncipe William; mientras que él no puede casarse
debido a los votos de castidad que hizo para «trabajar» (vale decir que esta
acción le impidió casarse, no castrarse).
Ahora, el tema que los une no es que ambos vivan en Europa.
Los ata la vulneración de su privacidad en los medios de comunicación; aquello
que los ha puesto en los titulares de prensa en todo el mundo.
La vulneración de la intimidad de las personas famosas (y
las que no lo son tanto) no es un hecho reciente; de eso dan fe Jacqueline Lee
Bouvier (1929-1994) fotografiada desnuda en 1971 y más recientemente Kate
Middleton cuya imagen topless ha sido publicada en una revista francesa
que ha dado la vuelta al mundo.
Se dice que Jacqueline Kennedy (también conocida como Jackie
Onassis) sabía que estaba siendo fotografiada y que por ello sus fotografías no
fueron “robadas” sino que ella mostró su cuerpo a propósito.
En el caso de Kate, duquesa de Cambridge, los paparazzi la
persiguen insistentemente y la imagen, podría decirse que al igual que con
Diana de Gales, fue hecha en contra de su voluntad y por tanto hubo una
vulneración a su intimidad.
Algunas personas, asiduas lectoras de la prensa
sensacionalista, dicen que los personajes públicos saben que la privacidad no
se puede lograr si se es famosa, ni siquiera estando en casa y a puerta cerrada
y, por tanto, no deben exponerse; es decir, que aún estando en el círculo
íntimo del hogar se sigue siendo figura pública y hay que renunciar al derecho,
por ejemplo, de asolearse desnudo, hacer topless en compañía de la pareja o
darse un pajaso —mental— en el baño.
Otros, en cambio, consideran que darle demasiado valor a las
imágenes es negar que el cuerpo (sea de princesa o mucama) es cuerpo y hay
derecho a gozarlo.
Como ser humano “sentipensante”, me niego a aceptar que el
morbo de algunos sea la razón por la que determinadas personas deban cohibirse
de hacer a puerta cerrada lo que les apetezca; por ello, aplaudo que los duques
hayan manifestado su enfado e iniciaran acciones legales en contra de la
revista Closer.
Pero, desde otra óptica, me pregunto si ¿hay derecho a
publicar el correo privado de un sacerdote por el hecho de que éste sea
pedófilo?
Mi debate ético se da en medio del anuncio de los medios
italianos donde se anuncia que un grupo de hackers, "Anonymous
Italia", han dicho que publicaron los 2.5 Gb de información
obtenidos desde la cuenta de correo privada de Don Giacomo Ruggeri, sacerdote
acusado de abuso de menores, porque la política de la Iglesia Católica —con
relación a temas como el uso de anticonceptivos— “es cómplice de muchos
problemas sociales, y fomenta el odio y el estigma hacia personas que muestran
una orientación sexual diferente a lo que llaman natural”.
Por cualesquiera que sean las razones que existan, ambos
temas (en especial este último, que por cierto considero bastante
controversial) me ha hecho indagar con algunos periodistas para despejar las
dudas.
Varios me han dicho que este caso es como un «Wikileaks».
Han sugerido que publicar la información de este sacerdote es contribuir al
proceso judicial y que debe hacerse; otros, en cambio, consideran que esa
información “sensible” debe ser “Reserva del sumario” porque aparecen pruebas
que podrían viciar el proceso y, además, “culpabilizan” anticipadamente al
hombre, cosa que solo puede hacer el jurado del caso, por lo que por ahora
sigue siendo “presunto”.
Me llama la atención lo de “presunto” porque bajo este concepto
se puede publicar cualquier cosa sobre las personas y no se es culpable al
hacerlo porque “se deja la duda” y la interpretación del lector.
Yo mismo —como víctima de un sacerdote que me “desarrolló”
en el colegio siendo un niño de 12 años— dudo sobre si esta información
sensible debe publicarse; no porque me interese ocultar a los vulneradores
sexuales, sino porque también sé que, en algunos casos, puede haber víctimas
aun cuando tradicionalmente se considera que si se dice que un sacerdote es
pedófilo, necesariamente lo es, situación que no siempre es “la verdad” que es
el objeto del oficio periodístico.
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