Por Manuel Antonio
Velandia Mora
España, octubre de 2013
No entiendo por qué alguien a quien hemos amado debe convertirse en enemigo
"No voy a hablar de
cómo se rompió el amor entre Petro y el Procurador (el primero votó por el
segundo para nombrarlo por primera vez, y ahora el segundo quiere destituir al
primero) ni del fin del romance entre la clase política de extrema derecha de
Colombia con los paramilitares (Los primeros sacaron ventaja de los segundos y
ahora lo intentan negar). No, esta vez voy a hablar del amor y los vínculos que
perduran incluso cuando las relaciones de pareja terminan.
En las dos últimas
semanas estuve muy ocupado paseando y aprovechando la vista que nos hizo mi
ex-mi-amor y su-amor. Digo, nos hizo, porque a mi amorcito y al suyo solo les
conocíamos vía Internet. Así que también era el momento de los mutuos
re-conocimientos.
No somos pareja ya hace
más de una década, pero cuando se acabó la relación éramos tan buenos amigos
que decidimos seguir compartiendo la casa en la que vivíamos, lo hicimos hasta
que tuve que convertirme en refugiado político y no me adentro en el tema para
no meter en mis historias de amor a los innombrables.
Luego nuestra relación
pasó de lo presencial a lo virtual hasta cuando hace dos años pudo venir a
visitarme, y siguió siendo vía Internet hasta esta reciente visita.
A la gente, sin
diferencia de si son L, G, T, B o heterosexual siempre le extraña que yo siga
siendo buen amigo de mis ex-mi-amor, es como si por el hecho de haber terminado
una relación debiera pasarse automáticamente de amigos a enemigos.
Yo creo que no tiene
sentido haber compartido años de nuestra existencia al lado de alguien y luego ni siquiera
saludarle; para lograr que el vínculo continúe he tenido que hacer uso de un
gran aprendizaje: ¡hay que terminar las relaciones antes de que se acaben!
Para ello hay que hacer
un ejercicio que no sólo uso en mis relaciones sino en muchos espacios de mi
vida: en la vida hay que aprender a darse cuenta, centrarse y empoderarse.
Darse cuenta implica ser
consiente de los cambios que ocurren y sobre cómo nos afectan, a quién no se da
cuenta a tiempo, pareciera que nunca le pasa nada, pero cuando se da cuenta
generalmente ya es demasiado tarde. Es el momento en que las personas quieren
hacer un esfuerzo para que la relación funcione, pero en ese momento ya no
tiene sentido, porque cuando el amor ha muerto lo único que podemos sentir por
el otro o la otra, es esfuerzo.
Si logramos darnos cuenta
entonces podemos pasar al segundo momento: centrarnos. Para centrarse hay que
descentrarse, en otras palabras hay que tomar conciencia de que aun cuando en
la existencia lo más importante es uno mismo y su felicidad, en la relación
somos dos y las emociones del otro o la otra también son importantes, porque
somos seres emocionales y son las emociones los motores de nuestra acción
humana. De ahí que el lenguaje también sea muy importante a la hora de
construir las relaciones, los afectos, los vínculos… porque el lenguaje no es
un instrumento sino que a través de él creamos relatos; nosotros mismos somos
el relato de nuestra existencia y nuestros amores y desamores también son
relatos. Relatos que cambian con el tiempo pero sobre todo cuando cambian las
emociones, así que es muy difícil hablar bien del ex-mi-amor si el amor se ha
trasformado en rechazo, o peor aún, en indiferencia.
Por ello el tercer
momento del proceso es fundamental: tomar el poder… empoderarse es darse la
opción de vivir el mundo que queremos y no el que desde la cotidianidad nos ha
tocado vivir. Quien toma el poder de su existencia puede decidir por sí mismo
qué quiere en y para su existencia y qué no desea o necesita.
Tomar el poder desde el
amor es muy diferente a ejercer ese poder machista, falocrático y patriarcal
que lleva a controlar a los otros seres humanos o, como dice mi amiga Angie
Simonis, a dirigir sus acciones y determinar sus destinos. El poder del que
hablo se construye en el amor y la solidaridad, que se convierten en el motor
generador de nuestras capacidades físicas, emocionales y discursivas puestas al
servicio del crecimiento mutuo.
El interés genuino por el
bienestar del otro o la otra fundamenta el respeto, tal vez si fuéramos más amorosos no estaría pasando en Bogotá y Colombia lo que
actualmente sucede, el asesinato de las parejas por parte del marido: en lo que
va del año, 86 mujeres han sido asesinadas por sus compañeros. Ello sin sumar
cientos de mujeres a las que quienes dicen amarlas les amenazan, las golpean e
incluso pagan para que alguien les lance ácido a su rostro.
Hagamos más el amor y neguémonos a vivir el
odio.
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