jueves, 24 de octubre de 2013

Terminar antes de que se acabe

Por Manuel Antonio Velandia Mora
España, octubre de 2013

No entiendo por qué alguien a quien hemos amado debe convertirse en enemigo

"No voy a hablar de cómo se rompió el amor entre Petro y el Procurador (el primero votó por el segundo para nombrarlo por primera vez, y ahora el segundo quiere destituir al primero) ni del fin del romance entre la clase política de extrema derecha de Colombia con los paramilitares (Los primeros sacaron ventaja de los segundos y ahora lo intentan negar). No, esta vez voy a hablar del amor y los vínculos que perduran incluso cuando las relaciones de pareja terminan.
En las dos últimas semanas estuve muy ocupado paseando y aprovechando la vista que nos hizo mi ex-mi-amor y su-amor. Digo, nos hizo, porque a mi amorcito y al suyo solo les conocíamos vía Internet. Así que también era el momento de los mutuos re-conocimientos.
No somos pareja ya hace más de una década, pero cuando se acabó la relación éramos tan buenos amigos que decidimos seguir compartiendo la casa en la que vivíamos, lo hicimos hasta que tuve que convertirme en refugiado político y no me adentro en el tema para no meter en mis historias de amor a los innombrables.
Luego nuestra relación pasó de lo presencial a lo virtual hasta cuando hace dos años pudo venir a visitarme, y siguió siendo vía Internet hasta esta reciente visita.
A la gente, sin diferencia de si son L, G, T, B o heterosexual siempre le extraña que yo siga siendo buen amigo de mis ex-mi-amor, es como si por el hecho de haber terminado una relación debiera pasarse automáticamente de amigos a enemigos.
Yo creo que no tiene sentido haber compartido años de nuestra existencia  al lado de alguien y luego ni siquiera saludarle; para lograr que el vínculo continúe he tenido que hacer uso de un gran aprendizaje: ¡hay que terminar las relaciones antes de que se acaben!
Para ello hay que hacer un ejercicio que no sólo uso en mis relaciones sino en muchos espacios de mi vida: en la vida hay que aprender a darse cuenta, centrarse y empoderarse.
Darse cuenta implica ser consiente de los cambios que ocurren y sobre cómo nos afectan, a quién no se da cuenta a tiempo, pareciera que nunca le pasa nada, pero cuando se da cuenta generalmente ya es demasiado tarde. Es el momento en que las personas quieren hacer un esfuerzo para que la relación funcione, pero en ese momento ya no tiene sentido, porque cuando el amor ha muerto lo único que podemos sentir por el otro o la otra, es esfuerzo.
Si logramos darnos cuenta entonces podemos pasar al segundo momento: centrarnos. Para centrarse hay que descentrarse, en otras palabras hay que tomar conciencia de que aun cuando en la existencia lo más importante es uno mismo y su felicidad, en la relación somos dos y las emociones del otro o la otra también son importantes, porque somos seres emocionales y son las emociones los motores de nuestra acción humana. De ahí que el lenguaje también sea muy importante a la hora de construir las relaciones, los afectos, los vínculos… porque el lenguaje no es un instrumento sino que a través de él creamos relatos; nosotros mismos somos el relato de nuestra existencia y nuestros amores y desamores también son relatos. Relatos que cambian con el tiempo pero sobre todo cuando cambian las emociones, así que es muy difícil hablar bien del ex-mi-amor si el amor se ha trasformado en rechazo, o peor aún, en indiferencia.
Por ello el tercer momento del proceso es fundamental: tomar el poder… empoderarse es darse la opción de vivir el mundo que queremos y no el que desde la cotidianidad nos ha tocado vivir. Quien toma el poder de su existencia puede decidir por sí mismo qué quiere en y para su existencia y qué no desea o necesita.
Tomar el poder desde el amor es muy diferente a ejercer ese poder machista, falocrático y patriarcal que lleva a controlar a los otros seres humanos o, como dice mi amiga Angie Simonis, a dirigir sus acciones y determinar sus destinos. El poder del que hablo se construye en el amor y la solidaridad, que se convierten en el motor generador de nuestras capacidades físicas, emocionales y discursivas puestas al servicio del crecimiento mutuo.
El interés genuino por el bienestar del otro o la otra fundamenta el respeto, tal vez si fuéramos más amorosos no estaría pasando en Bogotá y Colombia lo que actualmente sucede, el asesinato de las parejas por parte del marido: en lo que va del año, 86 mujeres han sido asesinadas por sus compañeros. Ello sin sumar cientos de mujeres a las que quienes dicen amarlas les amenazan, las golpean e incluso pagan para que alguien les lance ácido a su rostro.

Hagamos más el amor y neguémonos a vivir el odio.

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