España, agosto de 2012
Dos semanas atrás un lector quien firma Indagador escribía este comentario: “En ciertas ocasiones
leo con atención sus artículos, me parecen interesantes y muy
ilustrativos, muchas veces estamos de acuerdo, otras no... Pero bueno,
coincidimos en muchas cosas... sin embargo, yo hoy me encuentro en una crisis,
pues me debato entre argumentos de vida más liberales y otros más conservadores.
Usted podría escribir un artículo, o darme su respuesta sobre asuntos tan
específicos como las relaciones amorosas, sexuales y o afectivas que a veces
surgen entre docentes y estudiantes.”
“Esto que le pregunto Sr. Velandia - dice Indagador - tiene
que ver con fuertes debates internos que afronto, sobre liberalidad o
tradicionalismo, incluso entre ser creyente o no ser creyente... Y eso me
confunde un poco respecto a opiniones que ya tenía claras sobre múltiples
debates, la idea de familia, la moralidad, los juicios y las opiniones.”
Antes de responder
Debo
recordarles a todos que yo escribo en este blog sobre actualidad, derechos
humanos, educación y salud con relación a la sexualidad; que no acostumbro dar
respuestas personales porque mi consulta no se atiende por este medio, pero que
aprovecharé esta solicitud para escribir sobre las relaciones amorosas y
sexuales que a veces surgen entre docentes y estudiantes, porque me parece un
tema interesante y controversial, ya que como dice Indagador “estas
disputas entre liberalidades y conservadurismos siempre van a existir, e
incluso, creo pueden darse al interior de un cuerpo mismo, de una mente misma”.
De fidelidad, promiscuidad y familia
Otra
persona, esta vez Tous, me pide que explique algunos conceptos… No profundizaré
aquí sobre lafidelidad, esa cualidad que solo
tienen los equipos de sonido de muy alto e inalcanzable precio y que se pierde
con cualquier pequeño desajuste y no se arregla por más de que le llevemos al
“terapeuta” o “sanador” de equipos. El DRAE define fidelidad como “Lealtad, observancia de la fe que alguien
debe a otra persona”. Así que por definición se puede tener relaciones
extra-pareja si no se pierde la fe, El problema grave es perder la fe en sí
mismo.
Tampoco
lo haré sobre la promiscuidad porque originariamente la
palabra tan solo se usaba para hacer referencia a un noble que se mezclaba
indiscriminadamente con un plebeyo y porque actualmente según el DRAE es “Mezcla, confusión; convivencia con personas de
distinto sexo” en razón de lo cual todos somos promiscuos.
Menos
aún me centraré en la familia,
pues bien puede ser un tema que se merece un post por sí mismo. En especial,
porque si salimos de la visión religiosa y entramos a la del diccionario muchos se rasgarían las vestiduras: “Grupo de personas
emparentadas entre sí que viven juntas; Conjunto de personas que tienen alguna
condición, opinión o tendencia común”.
La ruptura del “deber ser” para vivir el “querer ser”
No
me interesa presentar aquí explicaciones de orden religioso, tan solo lo hago
desde la cultura, la filosofía, la sociología, la antropología y el derecho.
Los
seres humanos nos debatimos cotidianamente entre el deber ser, el querer ser y estar siendo.
La
cultura nos trasmite una serie de modelos de vida, de formas de actuar, de
entender y de emocionarse a las que llamo el “deber ser”.
Cada uno de nosotros se traza frente a ese modelo tradicional su propio “querer
ser”, un modelo que no es una ruptura total con aquel pero en el
que cada cual pone para construcción de sus propias necesidades, intereses,
contradicciones, expectativas, desacuerdos, con los que explica, vivencia y se
emociona… En la práctica son muchas más las personas que se acercan a su propio
“querer ser” y pocas las que viven el “deber
ser”; a este proceso de acercarse y alejarse cotidianamente de las
propias expectativas es a lo que llamo el “estar siendo”.
El
“deber ser” nos
dice que no podemos enamorarnos de personas del mismo sexo, con mucha
diferencia de edad (en especial si la persona mayor es mujer), de condición
socioeconómica diferente, de otra cultura, etnia, religión, posición política o
nivel de escolaridad. Desde el “deber ser” no se ve con muy buenos ojos
que un maestro se enamore de su discípulo o que un estudiante tenga relaciones
genitales con su profesor.
Desde
muy pequeños aprendemos los roles de la masculinidad y la feminidad, el
machismo, el sexismo, la LGTBIfobia, la falocracia que otorga un poder superior
a quien posee un pene, el matrimonio como institución heterosexual, la
dependencia de la mujer, la violencia física y emocional como una forma de
poder; aprendemos que somos “media naranja”, seres incompletos y necesitados de
complemento sexual, afectivo, erótico y genital, incapaces de vivir en el
aislamiento y la soledad e incluso se nos cohíbe en el deseo, la fantasía, el
placer y el disfrute.
Basándose
del “deber ser” los
padres y madres nos “educastran” y nos imponen formas de
actuar, sentir, gozar e incluso nos “orientan” hacia una profesión, religión,
grupo político, equipo de fútbol (véase el caso de la niña bautizada
recientemente como Santafecita….) y los hacen de tal forma que muchos se forman en su
cerebro una especie de “perro guardián” que les ladra cada vez
que intentan una ruptura del modelo y que les “muerde”
generando complejos de culpa cada vez que trasgreden lo que su “relleno
mental” les dicta.
El
“deber ser” tiende
al conservadurismo, se
transmite culturalmente, se refuerza en la familia, la escuela, los medios
masivos de comunicación (en especial la publicidad) y por supuesto la iglesia.
Nunca se abandona totalmente el “deber ser”.
Con
el paso del tiempo, pero también desde muy chicos, nos damos cuenta que ciertas
“verdades” transmitidas por los guardianes de la moral y las buenas costumbres
propias del modelo del “deber ser” no son verdaderas y mucho
menos inamovibles y nos autorizamos a fantasear, experienciar o a vivir el
ideal que cada cual se construye para sí, es decir su “querer
ser”.
Iniciamos
nuestra liberación personal, nuestra trasformación vital por cosas pequeñas
como no querer usar las prendas que los padres escogen, el corte de cabello
impuesto, los accesorios sugeridos, la comida o los horarios de ésta; luego
pasamos a situaciones más identitarias como la profesión, el cuerpo, el deseo,
la genitalidad… para muchos es tan fuerte la presión ejercida por el “perro
guardián” que
la única alternativa que les queda para aproximarse a su “querer
ser” es
el corte espacial relacional por lo que terminan viviendo en otra ciudad o país
y construyéndose su propia neofamilia.
Para
muchos la ruptura introspectiva, social y total es difícil y entonces se
permiten ciertos cambios sin alterar demasiado el “orden establecido”,
lo hacen por momentos y únicamente ante algunas pocas personas porque no
siempre desean explicar, sentir o experienciar. Las personas que por momentos “están
siendo” algo cercano a su “querer ser”, cuando se sienten algo
seguras hacen su coming
out aun cuando intentan
regresar por momentos cortos o largos al “deber ser” (el coming out ó “salir del
clóset” no solo aplica a los gais y no sólo se aplica en lo sexual).
Lo
interesante es que todas aquellas “mínimas rupturas” que las personas se
autorizan a vivir cambian sus propias explicaciones y emociones. No hay un camino
de regreso porque toda nueva experiencia se convierte en su acervo cultural
desde el que en el aquí y el ahora concibe y vive la cotidianidad. Nunca se
experiencia totalmente el “querer ser”.
Como
dice nuestro comentarista él “ya tenía claras sobre múltiples debates, la idea de
familia, la moralidad, los juicios y las opiniones”, pero en la
medida en que ha vivido su “querer ser” aquello que era “claro y
que había vivido como fruto de su educación” ya es turbio y digno de
cuestionamiento, especialmente cuando al experienciarlo ha encontrado momentos
de felicidad y bienestar que le interrogan sobre su propio derecho a ser lo que
por sí mismo desea. Estos cambios existenciales dependiendo de la educastración
lograda producen crisis emocionales y fuertes depresiones en algunos pocos y en
la gran mayoría una situación de alivio y bienestar.
Es
por esto que creo que Indagador tiene conflicto: Quiere hacer algo que su “deber
ser” le prohíbe hacer. No obstante, mi estimado Indagador, es más
factible que usted sea feliz si se aproxima a su “querer ser”,
siempre y cuando en ese "estar siendo" no vulnere los
derechos de otra persona, no lo hace con una persona menor de edad y no hace
nada que no haya pensado y decidido con anterioridad (no actúe por impulso) y
para lo que ya se siente emocionalmente preparado.
Puedo
decirle por experiencia que la vida es mejor y más plena cuando uno hace y se
emociona en concordancia con lo que uno quiere y piensa y no para seguir al pie
de la letra los parámetros que los otros le impongan.
De maestros, estudiantes y amores
En
Colombia existe el Estatuto de Profesionalización Docente, Decreto Ley 1278 de
2002, en este se lee en el Artículo 42. Prohibiciones.
"Además de las prohibiciones establecidas en la Constitución y la ley, y
en especial en el Código Disciplinario Único, para los servidores públicos, a
los docentes y directivos docentes les está prohibido: l. Realizar o ejecutar
con sus educandos acciones o conductas que atenten contra la libertad y el
pudor sexual de los mismos, o acosar sexualmente a sus alumnos".
Estoy
plenamente de acuerdo con que se prohibida en el caso de los/las menores de
edad y para mí no hay ninguna diferencia a considerar desde el tipo de
orientación sexual de las personas que se relacionan; creo que lo anterior ni
siquiera merece que dé una explicación, aun cuando es evidente que un(a) menor
de edad no participa con
pleno consentimiento en una relación afectiva, genital o erótica con una persona mayor de edad, así
considere que sabe lo que hace, ya que para poder consentir se requiere el
ejercicio de la autonomía y la autodeterminación, situaciones que sabemos una
persona de esta edad no tiene porque está en su proceso de desarrollo.
En
el caso de estudiantes mayores de edad, aun cuando haya consentimiento
informado, autonomía y autodeterminación una de las dudas es si existe o no
acoso sexual.
El
artículo 29 de la Ley 1257 de 4 de diciembre de 2008, tipificó en Colombia la
conducta de acoso sexual,
la que fue incluida dentro del Título IV, Capítulo Segundo del Código Penal,
como un acto sexual abusivo, configurando el Artículo 210 A. La conducta
delictiva consiste específicamente en que: “El que en beneficio suyo o de un tercero y
valiéndose de su superioridad manifiesta o relaciones de autoridad o de poder,
edad, sexo, posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga,
hostigue o asedie física o verbalmente,
con fines sexuales no consentidos[1], a otra persona, incurrirá en prisión de uno (1) a tres
(3) años”. Mayor información al respecto está
disponible aquí.
Dice
el abogado Enrique Del Rio González que “La conducta del acoso sexual nos enfrenta a grandes
complicaciones de tipo dogmático, pues es muy difícil deslindar la conducta
acosadora del sano e indiscutible derecho del enamoramiento o galanteo. Los
límites se encuentran en el uso de una posición de poder con la intención
netamente sexual. Esto en apariencia puede resultar fácil, pero en la realidad
podría entenderse como la negación del derecho a enamorar que tiene o puede
llegar a tener una persona que ostente una relación de poder con respecto de
otra que no lo tiene, o que se encuentra subordinada. Puede entenderse la
tipificación del acoso sexual, como el bloqueo definitivo al galanteo entre
desiguales enrolados dentro de una relación de poder. La exigencia de la
finalidad sexual no muestra una real solución, entendiendo que no puede ser
delito, como lo hemos dicho, el enamorar con una esperanza o intención sexual”.
Desde
mi punto de vista, las relaciones afectivas, eróticas o genitales no debieran
darse entre maestros/as y estudiantes así sean honestas, éticas y moralmente
adecuadas.
Una
relación docente/estudiante es un complique emocional y laboral en el que no es
conveniente meterse porque cuando la relación se da todo parece ir bien, pero
cuando termina mal (algo bastante frecuente) entonces el mundo se vive, explica
y siente de otra manera, y es aquí cuando el/la estudiante suele alegar
relaciones de autoridad o de poder derivadas de la edad, el sexo y
especialmente de la posición laboral.
El
acoso sexual sólo lo puede cometer un superior dentro de la relación de poder
así que legalmente no puede decirse que un estudiante acose a su docente.
Como
afirma el abogado Del Rio, “el acoso
sexual deja la puerta abierta para las injusticias, pues (…) brinda la posibilidad
de encuadrar conductas socialmente adecuadas y aceptadas, dentro de este marco
delictual”.
En
general suelo asistir al “funeral” de los amoríos de docentes con alumnos. Como maestro he visto muchos casos.
Todo empieza con el irresistible sabor de lo prohibido y termina en una
desabrida relación desbalanceada de dos personas en momentos muy distintos de
la vida con pocas posibilidades de equilibrarse: Una persona mayor con
costumbres arraigadas (mañoso, “chocho” así no sea viejo) y un plan de vida
establecido, y el/la otro/a una persona menor apenas descubriendo quién es y
qué quiere hacer con su vida. Todo un cóctel para el desastre a mediano plazo:
El primero se suele aburrir de la “inmadurez” del segundo, y este último suele
descubrir que el primero no es lo que realmente quiere para su futuro.
Existen algunas pocas historias de pupilos/as que encontraron
en su maestro/a un/a compañero/a de vida o una relación afectiva o sexual
plena, satisfactoria y duradera, y suele ser cuando las dos personas no están
en momentos tan diferentes en sus vidas (edades cercanas, intereses en común),
sin embargo invito a Indagador a que más que preguntarse si está “moralmente”
bien o no enamorarse de un(a) profesor(a) o de un(a) estudiante, mejor se cuestione
si con esa persona es feliz o no… la respuesta tal vez le sorprenderá. Es mejor
escoger ser feliz.
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