Por Manuel Antonio Velandia Mora
España, noviembre de 2012
Para no morir por el peso de la ausencia no podemos
permitirnos callar; para no dejarnos llevar por las emociones que nos aíslan y
no reconocen al otro como un auténtico otro, no podemos permitirnos callar;
para entender que es difícil llevar solo el peso de la culpa, el dolor, la
violencia, la ira… no podemos permitirnos callar; para decir que nos sentimos
solos, tristes, desamparados, incomprendidos, vulnerados, no podemos
permitirnos callar.
Para que otros no callen debemos nosotros mismos hablar;
hablar del peso de la ausencia; hablar como una manera de decirle a quien nos aísla
y no nos reconoce como un auténtico otro que para mí, él o ella sigue siendo
importante; hablar para no llevar solos el peso de la culpa, el dolor, la
violencia o la ira; hablar para decir que nos sentimos solos, tristes,
desamparados, incomprendidos, vulnerados.
Hablar porque si al menos uno/a de los/las dos habla,
entonces se abre el camino para romper la indiferencia, para que el otro o la
otra recuerde que yo estoy ahí y que si no desea hablar como mínimo puede
recibir de mí el abrazo, la ternura, la solidaridad, el afecto y darse cuenta
de que también puede contar conmigo.
Si logramos que el otro, la otra, hable, es posible
construir la conversación, como camino al dialogo, y este como como camino a la
dialógica, porque sólo entendiendo que el otro, la otra, vive, siente y se
emociona distinto de mí y respetando dicha situación es posible ese dialogo en
la lógica de quien necesita ser escuchado, amado, perdonado… El amor no es
posible sin la dialógica.
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