Por: Fernando Álvarez
Dejémonos de maricadas, es el nombre del blog de Manuel
Velandia, un marica muy gracioso y muy preparado que escribe sobre
homosexualismo y otras causas difíciles desde una perspectiva de comprensión y
tolerancia con los gustos, hábitos y preferencias sexuales y desde un rincón al
que se niega a someterse por ser contrario a sus derechos. Lo conocí hace unos
25 años cuando en la revista Semana hice un reportaje que terminó en una
portada sobre la Colombia gay. Su conocimiento en carne propia sobre el tema y
sus esfuerzos por conquistar democracia desde su condición lo habían llevado a
publicar periódicamente Ventana Gay. Un pequeño pasquín que pretendía poner un
grano de arena para que no se invisibilizara una batalla que libraban sus
congéneres contra la homofobia, la discriminación sexual y la estigmatización
social.
Contaba que era sicólogo y sociólogo o algo así en ese
momento. Era amanerado aunque se le notaban los esfuerzos por no sentirse como
ellos mismos llaman, como una loca de peluquería. Era bastante informado y
hacía énfasis por reflejar su interés por la cultura y la sensibilidad
artística. Años después lo encontré en una de esas cruzadas para ayudar
enfermos de sida, con el patrocinio de alguna institución de salud, en donde se
le veía como un comprometido militante, de trabajo de día y de noche, con una
remuneración escasa y con muchas ganas de comerse el mundo con sus ideas
libertarias y reivindicadoras.
Con su experticia y orientación recorrí bares de todos los
estratos y de todas las excentricidades posmodernas que se identificaban como
amplios y generosos con la alternatividad sexual. Bares de ambiente se
llamaban; recuerdo Equs y Picsis en el Centro de Bogotá y algunos en Chapinero
que por entonces eran un poco menos boletas, como se diría en el lenguaje
callejero. Fui incluso con quien era mi esposa en ese momento y bailamos y
tomamos copas mientras Manuel nos advertía, nos chismoseaba y hasta protegía,
cuando no nos describía toda clase de sucesos que se veían allí y que para un
visitante desprevenido resultaba difícil asimilar, por lo menos al rompe.
Ahora lo veo escribir su blog, que reproduce Semana y
recuerdo muchas de sus palabras que hoy ilustrarían lo que se vive por estos
días en estas y otras páginas en donde la lucha por el respeto puede caer en el
culto al homosexualismo, la legítima batalla por los derechos puede terminar en
la exhibición descarada de las intimidades, y la personal gesta por salir del
closet pueda devenir en la innecesaria apología a una escogencia sexual, que al
final logra exacerbar retrógradas concepciones e irritar sensibilidades
machistas, machosas y machorras. Recuerdo que decía que si uno no quiere que lo
excluyan por ser marica no tiene por qué buscárselo.
Me gustaba por ejemplo que dijera desde entonces que el que
quiera salir del clóset que lo haga
tranquilamente pero que no tiene que convidar a nadie a que se salga. Ese es un
derecho a manejar su maricada como le parezca y cuanto más natural sea más se
respeta. Creo que atinaba cuando decía que los maricas no se deben volver un
gueto porque esa conducta es autoexcluyente, y que el homosexualismo no era una
enfermedad pero que lo que si era enfermo era hacer aspavientos de su opción
sexual. Esa enfermedad se llamaba según él, como orgulloso sicólogo, el exhibicionismo.
Y decía que la homofobia era una enfermedad mental y social, a la cual para
curarla había que entender que sería como intentar curar el racismo o el
fascismo que muchas veces llevan incrustados en el alma hasta los mejores seres
humanos.
Surgió la idea de escribir sobre este tema porque veo cómo
una columnista de esta página pretende destrozar con calificativos, como
guarro, a un periodista que se atreve a hacer una entrevista a un gay, que
además exhibe orondamente a su pareja. Lo descalifica porque pregunta
maricadas, porque pregunta sin protocolos, porque hace preguntas que solo se
entenderían si se comprende que es un periodista cuyo éxito ha radicado en que
interpreta el sentimiento popular, que pregunta como pregunta el pueblo, que
siente como siente el pueblo y que no pregunta con pretensiones académicas y
menos científicas. Pero la columnista que al parecer considera que la cultura y
la clase están en asumir posiciones muy comunes en países europeos o
democracias más avanzadas o en rendir culto al desparpajo sexual que adquieren
algunos recuperados de la introversión y la timidez, lo considera algo menos
que un ignorante.
Creo que es oportuno empezar a protestar por esa manía de
querer hacer gala de sus preferencias sexuales como si eso diera algún caché
especial. Es probable que eso despierte admiración en algunos maricas
timoratos, pero eso debiera ser lo más discreto posible. Es como si el
amarillismo quisiera darle oportunidad a los infieles o a los promiscuos para
que hagan públicas sus experiencias o sus vocaciones. O como si hubiera llegado
el momento de contar qué hace cada quien en su cama. Eso es del fuero interno y
debe tratar de mantenerse en reserva. Esas actitudes, pretendidamente hijas de
la revolución francesa y de su consigna de igualdad, que terminaron en pomposas
relaciones abiertas y parejas desvergonzadas con amantes públicos, no logran
poner nunca los puntos sobre las íes en materia de derechos pero sí logran
generar debates hipócritas y ahondar la intolerancia.
Es hora de decir con Manuel Velandia Dejémonos de maricadas,
el que quiera ejercer que lo haga pero no tiene que volverse una especie de
predicador de la mariconería. El que quiera salir del clóset que lo haga y que
lo celebre en su círculo cerrado que se lo celebraría. Pero por favor no sigan
creyendo algunos homosexuales que su tema es de interés general. Es hora de
decir que homosexuales y heterosexuales tenemos los mismos derechos pero que
fundamentalmente tenemos los mismos deberes. Uno de ellos es el respeto a la
diferencia que bien le hace falta a quienes creen que su diferencia es única.
Es hora de protestar porque la maricocracia se vuelve cada
vez más excluyente. Hoy en Colombia se consigue más fácil puesto en alguna
entidad oficial si se pertenece al club de los homosexuales que consideran que
hay que ejercer algo así como una solidaridad de género, en el que a veces los
heterosexuales son las víctimas. Ya va siendo hora de que exijamos respeto para
los homosexuales y para los heterosexuales, que todos nos salgamos del clóset
de las exclusiones. Aquí cabemos todos. Y no es admisible que en aras de
reivindicar derechos o de generar conciencia contra la discriminación se avance
hacia una especie de adoctrinamiento homosexual, que lo que logra es un
exagerado adoctrinamiento heterosexual y esas son maricadas que no construyen.