Por Manuel Velandia Mora
20.11.08, España.
Ahora que las lagrimas corren por mis mejillas, luego de ver las fotos de los “hijueputas del palacio”, me alegro de estar lejos del país, así haya sido una “decisión” tomada por otros.La pesadumbre interior, el frío que se siente en el cuerpo, los vellos que se yerguen y me hacen más sensible al tacto, los dientes que rechinan, los corrientazos en el estomago y las ganas de vomitar que siento al imaginar las escenas de las fosas comunes, me obligan a cerrar los ojos, a negarme a seguir viendo y leyendo; me recuerdan los graves efectos emocionales e incluso físicos que la violencia ha tenido en nuestras vidas.
En muchas ocasiones me he sentido abatido por estar fuera de Colombia, me entristecen las noticias que leo en los medios o veo en los noticieros colombianos. Me llenan de consternación las historias de asesinatos de ciudadanos comunes y corrientes que son masacrados por ser transvestis o trabajadores sexuales, los artículos sobre jóvenes desaparecidos en los barrios populares de algunas ciudades colombianas, pero las fotos tomadas por Harry Van der Aart de los cadáveres de las personas “enterradas” en fosa comunes y el articulo de Jan Thielen sacuden cada una de las fibras de mi ser.
Tal vez el problema de tantas emociones encontradas está en darme cuenta de que en nuestro amado país las cosas no han cambiado, y que 22 años después de lo del Palacio de Justicia, el Estado y algunos de sus agentes siguen perpetrando asesinatos, desapareciendo ciudadanos, desplazando personas, sin que pierdan su popularidad y sin que los ciudadanos comunes y corrientes modifiquen su posición o por lo menos sean algo más críticos.
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