jueves, 11 de diciembre de 2008

Involucrarse o callar

Por Manuel Velandia Mora
08/12/2008; España

En este pensamiento se basó la acción política de Harvey Milk un homosexual estadounidense asesinado de cinco disparos salidos del arma de Dan White, un político resentido que resolvió un enfrentamiento ideológico con el asesinato de su contrincante, en el Distrito 5 de San Francisco. Milk fue, hace treinta años, el primer funcionario en declararse abiertamente homosexual en dicha ciudad.

Debiera esperarse que en torno a un asesinato todos se pusieran de acuerdo con la victima, pero ya en ese entonces -27 de noviembre de 1978-, la posición radical de la derecha en torno a los derechos de los gay se evidencio en el papel de la policía de la ciudad, que apoyó a White usando camisetas en las cuales exhibían leyendas que pedían su liberación. El asesino fue condenado únicamente a siete años de prisión, de los cuales únicamente estuvo preso cinco.

Sobre la vida de Milk se ha estrenado recientemente una película en los Estados Unidos, una cinta con su nombre dirigida por Gus van Sant e interpretada por Sean Penn. San Francisco es actualmente conocida como la capital gay del mundo, pero allí se siguen vivenciando de manera radical las grandes contradicciones en torno a los derechos de las minorías sexuales; recordemos que el pasado 4 de noviembre, fue aprobada la Proposición 8, que niega el matrimonio a las parejas del mismo sexo; sin embargo, la radicalización no es un problema de algunos norteamericanos o de algunas de sus ciudades; esa situación política se reproduce justo en un momento en que la lucha por la equidad en los derechos de las minorías sexuales se toma diferentes espacios políticos en las mismas Naciones Unidas y en nuestros países.

Así como la iglesia radicaliza su posición hasta el punto de aliarse con otros iglesias y usar imágenes zoofílicas en paginas a todo color en los diarios de mayor circulación, los homosexuales no han aprendido la importancia de la decisión de Harvey Milk: es necesario involucrarse, no porque deseamos casarnos, prestar el servicio militar o ir a la guerra, sino porque asumimos que somos personas, ciudadanos en ejercicio, sujetos de derechos, y que como tales no podemos permitirnos callar.

El hecho que de manera particular no deseemos casarnos o convivir con una persona del mismo sexo, no quiere decir que no logremos entender la importancia que tiene gozar plenamente de los derechos civiles. No somos ciudadanos de segunda clase, pero si no hacemos lo posible porque esto se reconozca, muy seguramente tendrán que pasar muchos otras exclusiones, violencias cotidianas o asesinatos, amenazas de muerte, desplazamientos forzados, asilos políticos… No es que amemos la guerra, pero es necesario aprender la importancia de la paz y de la objeción de conciencia.

Esta no es una lucha de maricas, es una lucha de todos aquellos que queremos una sociedad justa, de todos aquellos que entendemos que ciertos pensamientos radicales como el de las iglesias cristianas o de ciertos partidos conservadores atentan contra la pasibilidad de una convivencia solidaria y democrática, en la que el color de piel, el sexo, el genero, la orientación sexual, el pensamiento político, no pueden seguir siendo motivo de exclusión, de intolerancia, de separación social.

Es una lucha para evitar que a nombre de Dios y de la "ley moral natural" se vuelva a quemar, torturar, condenar y encarcelar a muchos seres humanos.

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