Por Manuel Velandia
01/12/2008, España
O sobre la importancia actual de realizarse la prueba para detectar la presencia del virus que causa el Sida.
Cuando inicié hace 25 años mis trabajos de apoyo emocional a las personas que vivían con el VIH o con el sida, todo el esfuerzo se centraba en prepararlos para la muerte. El hecho de que no hubiera medicamentos no daba muchas expectativas de vida a esas personas y la gran mayoría moría en los tres años siguientes al momento en que se manifestaba su primera infección oportunista.
De esos primeros años de experiencia aprendí sobre el temor a morir y junto con un grupo de entusiastas nos volcamos en el apoyo a través de talleres de muerte y duelo, que no sólo se ofrecían para los directamente involucrados, sino también para familiares y amigos afectados por dicha situación.
Pronto nos dimos cuenta que las familias caían como aves de rapiña sobre la herencia de la persona que quedaba viva y observamos atónitos como muchas personas que tenían suficientes comodidades para vivir con buena calidad de vida, al regresar del sepelio de su pareja, se encontraban con que sus únicas pertenencias eran las prendas que llevaban puestas; ello nos obligó a apoyar sobre las posibilidades de legalizar la herencia y recobrar, por lo menos en parte, lo que evidentemente era suyo.
Posteriormente fueron llegando uno a uno los inhibidores y la expectativa de vida se multiplicó exponencialmente, pero nos encontramos con el problema de que muchas personas no eran adherentes a la toma de sus medicamentos y que ello redundaba en problemas de resistencia, disminuyendo la eficacia clínica, limitando las opciones futuras de tratamiento, y por supuesto, restando calidad y años a su existencia.
Hoy son muchas las alternativas terapéuticas para quien vive con el VIH/sida. No sólo existe una gran cantidad de grupos de apoyo y autoapoyo, de organizaciones dispuestas a brindar acompañamiento emocional, sino que igualmente están disponibles una amplia variedad de inhibidores de baja dosis y de fácil consumición, y en muchos países incluso se apoya quirúrgicamente en caso de lipodistrofia. Es verdad que en algunos casos se presentan ciertos problemas gastrointestinales, incluyendo vómitos, náuseas, diarrea, dolor abdominal y anorexia, pero el panorama actual del sida y su tratamiento es tan positivo para quien conoce a tiempo su diagnóstico, que bien vale la pena recomendar a las personas que se autoricen a conocer su situación de seroprevalencia.
Al inicio de la pandemia del sida conocer el diagnóstico como persona infectada con el VIH era prácticamente una pena de muerte, actualmente conocer si se vive o no con el virus del sida, en un país en el que se ofrece tratamiento con inhibidores a quienes están afectados por el VIH, no sólo es un derecho sino es una obligación para consigo mismo y con la sociedad, porque las expectativas de vida para quien vive con el VIH/sida son total y positivamente diferentes y además porque existe el riesgo de afectar emocional y físicamente a nuestra(s) pareja(s).
Dejar de conocer el diagnóstico es cuestión de falta de conciencia y solidaridad.
Recordemos que vivir con el sida o con el VIH, no sólo nos afecta a nosotros mismos, sino que afecta a los seres que amamos y aquellos(as) con quienes compartimos nuestra vida sexual genital. No puede negarse que aun hay cierto estigma y discriminación para los portadores del VIH, pero también debemos reconocer y valorar que hay mucho más apoyo emocional y solidaridad para con las personas afectadas, y que en ultima instancia, no se hace necesario informar el diagnóstico a los amigos y familiares e incluso a las parejas sexuales ocasionales, sino protegerse y proteger a aquellos que nos han dado la posibilidad y el privilegio de compartir un hecho tan intimo y maravilloso como es su cuerpo y su genitalidad.
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