Por Manuel Velandia.
España, 27 de agosto de 2009
En diferentes países del mundo hay actualmente una discusión sobre el lenguaje y la inclusión en las organizaciones, pero la inclusión no solo es la posibilidad de ser una letra en el cartel, sino el reconocimiento pleno de derechos, que va mucho más allá del lenguaje, opina Manuel Velandia, quien escribe al respecto en este articulo.
El lenguaje genera mundos, es un motor de la acción humana; lo que no existe en el lenguaje no existe en nuestro cerebro que es el que crea la realidad, de ahí la importancia de nombrar, de re-conocer en el lenguaje; tal vez por ello el lenguaje moviliza las emociones, ya sean estas el amor, el rechazo o la indiferencia.
Desde el pensamiento lineal se construye el uni-verso de las sexualidades, el único discurso, la única explicación posible; eso que llamamos sin mucho pensarlo, el pensamiento “científico”. Desde la objetividad, otra creación del positivismo, se niega la existencia de la diversidad, de las múltiples explicaciones, del multi-verso, y por tanto, de las múltiples vivencias, el reconocimiento de la constitutividad del Ser.
La sexualidad no es lineal, no es positiva, es dinámica, es móvil. Ese tránsito identitario, cualesquiera que sea nuestra orientación sexual, nuestro cuerpo, nuestro género o nuestras expresiones comportamentales sexuales, implica una construcción en el lenguaje; nuestras explicaciones y vivencias, y las emociones que nuestra dinámica sexual nos genera no siempre están definidas y cuando lo están, sus definiciones no alcanzan a cobijarnos.
No sólo transitan en el sexo y en la sexualidad aquellos/as quienes es su “letrero” se auto o heteroidentifican “trans”. No estamos siendo en este momento los mismos homosexuales, lesbianas, travestis (¿por qué no “transvestis”, si igualmente transitan?), transexuales, transformistas… No lo estamos siendo, porque aun cuando en esencia somos los mismos/as, la cultura, las relaciones sociales, las explicaciones, las experiencias y los que sentimos nos transforman continuamente, y además, porque en la medida en que nos acercamos a nuestro “querer ser”, nos alejamos del “deber ser” para la sexualidad, como también porque nuestro “querer ser” igualmente se transforma continuamente.
Para mirar la imposibilidad de que todos/as quepan en las siglas debido a las limitaciones que supone eso que hace algún tiempo denominé “la sopa de letras”, esas cada vez más largas siglas en algunas organizaciones LGTTTQI¿?, les invito a que pensemos en un ejemplo: una persona que es transhombre, pero que se niega a aceptar la cirugía de reasignación sexual, aun cuando acepta la terapia con testosterona; quien en consecuencia representa el imaginario de la masculinidad en un cuerpo asignado desde nuestra visión más externa, ya que al verlo nos representa el performance típico de la masculinidad exacerbada; alguien que como él mismo se define es un "hombre verdadero, con vagina verdadera". Este que parece un caso extraño, no es un ejemplo; es un caso real, el caso de un “pornostar” cuyo nombre es Buck Angel, una famosa y reconocida estrella de cine en los Estados Unidos.
El lenguaje debe ser incluyente, es especial si quienes lenguajeamos pertenecemos a las minorías sexuales (aquellos sectores que políticamente se consideran disidentes de la sexualidad oficial); pero, ¿Cómo ser incluyentes si en el lenguaje no existen sino los masculinos y los femeninos, y no aquellas posibilidades que no están o se niegan a estar en los extremos del continuo que es el género, el sexo, el cuerpo e incluso, la orientación sexual? ¿Cómo escribir sobre aquellos que no son ellos ni ellas? ¿Cómo incluirlos en el lenguajear, si en la palabra no le damos existencia?
Afirma el colombiano Franklin Gil Hernández que “La marginalidad de algunas expresiones dentro de la sigla LGBTTTQI no se soluciona solamente en el lenguaje”. Tiene razón Franklin, porque el trabajo de reconocimiento además de legal, es político, es cultural, y especialmente el cambio cultural es el más lento de todos los cambios. Como sujetos culturales y especialmente, por ser seres emocionales y no precisamente seres racionales, como algunos teóricos han tratado de convencernos, la influencia de la academia positivista, de la iglesia, de las definiciones médicas sobre la sexualidad y no de las sexualidades, nos conducen por caminos insospechados de violencia y exclusión, crímenes de odio que son mucho más dolorosos cuando son perpetrados por quienes pensamos nuestros/as aliados/as.
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