Reportaje Revista Interviu
España 30/03/09
“Limpiaremos este país de maricas”. Bajo esta consigna, los grupos paramilitares colombianos mantienen a los homosexuales en su punto de mira. Tras sufrir atentados y amenazas, una decena de ellos escapó a España en busca de asilo.
A sus 50 años, Manuel Velandia tiene una habilidad especial: sabe convertir una corona fúnebre en un ramo de flores. Lo aprendió cuando vivía en Colombia y se cansaba de recibir amenazas de las milicias ultraderechistas. “Cuando me preguntaban quién me había regalado ese ramo tan bonito, respondía que me lo había enviado un paramilitar que me admiraba”, recuerda. Hoy vive en España, donde se siente seguro. Al menos otros nueve homosexuales perseguidos por estos grupos han aterrizado en nuestro país en los últimos cuatro años, por seguridad. Cuatro de ellos –un gay, dos lesbianas y un transexual– ya han obtenido el estatus de refugiado.
En la lejana Colombia, los paramilitares siguen adelante con el objetivo de aplicar una “limpieza social” a fondo. Empezaron con sindicalistas y defensores de los derechos humanos. Luego incluyeron en su catálogo a gais, lesbianas y transexuales. Según los datos de Colombia Diversa –una ONG que trabaja a favor de las minorías sexuales–, entre 2006 y 2007 fueron asesinados 67 homosexuales. Dos décadas atrás, entre 1986 y 1989, se habían reportado 646 muertes violentas. La mayoría de estos crímenes fueron atribuidos a grupos paramilitares. “Las autoridades miran estos casos con prejuicios, y terminan responsabilizando a la víctima por sus relaciones”, afirma Marcela Sánchez, responsable de Colombia Diversa.
El último asesinato ocurrió el pasado viernes 6 de marzo en Cali, durante la realización de este reportaje. Ese día, el activista gay e integrante del Polo de Rosa –sector homosexual del partido izquierdista Polo Democrático Alternativo– Álvaro Rivera fue hallado atado a la cama, con el cuerpo reventado a golpes y los dientes arrancados. Fue el colofón a las innumerables amenazas telefónicas que había recibido. Desde hacía algunas semanas investigaba los elevados índices de asesinatos de gais y transexuales en su ciudad. “Estamos muy preocupados. El caso de Álvaro es un crimen de odio, y debe ser investigado como tal”, afirma Consuelo Malatesta, una activista lesbiana que militaba junto a la víctima en el Polo de Rosa. En un hito sin precedentes, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigió al Gobierno de Colombia que investigue este asesinato.
El refugiado homosexual Manuel Velandia, que por seguridad prefiere que no se revele la ciudad española donde reside, conoció al asesinado hace algunos años y a muchas otras víctimas. “Recuerdo a Samantha, una transexual a la que le pusieron un revólver en la cabeza y le dijeron que no volviera a pisar el barrio. Varias amigas suyas no tuvieron tanta suerte y fueron asesinadas”, destaca. Velandia lleva más de la mitad de su vida inmerso en estos colectivos. En 1976 fundó el Movimiento de Homosexuales, desde donde luchó por la despenalización de esta opción sexual. Fue el primer gay que salió del armario en la televisión y en las elecciones de 2002 se convirtió en el primer candidato homosexual a la Cámara de Diputados, aunque no logró llegar al Congreso.
En la noche del 1 de marzo de 2002, en plena campaña electoral, dos desconocidos arrojaron una granada contra su casa. El artefacto rebotó contra una malla colocada en la ventana y reventó fuera, provocando un cráter en el suelo. Los cristales de la zona quedaron hechos añicos, pero Manuel salió ileso. Tras aquel atentado continuó recibiendo coronas de muertos y sufragios, una especie de libro de condolencias utilizado en los funerales colombianos. Los regalos, que llevaban siempre su nombre grabado, se alternaban con llamadas intimidatorias: “Te vamos a matar, hijo de puta”. “Te vamos a tapar la boca con tierra”. “Pronto serás cadáver”. Son algunos de los mensajes. El Gobierno le asignó escoltas durante tres meses, pero a partir de entonces volvió a quedar desprotegido.
En enero de 2007 obtuvo un visado universitario y logró entrar a España como estudiante. Desde entonces duerme más tranquilo, aunque todavía está a la espera de la respuesta del Gobierno a su solicitud de refugio político. “A Colombia, hasta que las cosas no cambien, no podré volver”, confiesa. Lo mismo piensa John Jairo Romero, la primera persona que obtuvo asilo en España por su condición sexual. Tras haber pertenecido al extinto grupo guerrillero M-19 –hoy convertido en partido político– este colombiano de 44 años se dedicó a denunciar a los paramilitares que fusilaban travestis en las calles de Bogotá.
Su activismo le costó las primeras amenazas. Al igual que Velandia, recibía coronas de flores, esquelas y llamadas telefónicas. Entonces se refugió durante nueve años en Ecuador. En 2001 regresó a la ciudad de Córdoba, su lugar natal. Al poco de llegar fue amenazado por las milicias de Salvatore Mancuso, uno de los paramilitares más famosos del país. “Nuestras familias se conocían desde siempre, pero eso no valió de nada”, recuerda. Le dieron 48 horas para irse.
Romero llegó a España el 29 de diciembre de 2001. A mediados de 2002 pidió asilo político. Se lo otorgaron en 2004, y ahora cuenta con la nacionalidad española. En Colombia, sus familiares tuvieron que abandonar la ciudad por las amenazas. “Me han aconsejado que no vuelva ni de visita. Hay mucho miedo, y el Gobierno colombiano no está haciendo absolutamente nada”, denuncia.
El caso de Romero parece haber sentado precedentes: tras su obtención del estatus de refugiado, otras tres personas perseguidas por los paramilitares debido a su opción sexual consiguieron asilo. Se trata de Niyiret R. y Sandra C. –pareja de lesbianas– y de L., transexual, quienes habían sufrido amenazas y ataques por parte de los grupos armados.
Otros, instalados en el infierno, se niegan a tener que abandonar a su país. En Santander, uno de los barrios más violentos de Medellín, el periodista y militante homosexual Manuel Bermúdez sigue aferrado a la peligrosa idea de vivir en Colombia. En abril de 2002, varios hombres armados fueron a buscarle a su casa. Los milicianos se equivocaron de piso y golpearon la puerta de un vecino, lo que le permitió salvar su vida. “A los pocos días, el enlace en mi barrio de los paramilitares me confirmó que habían sido ellos, y me dijo que dejara de escribir artículos sobre ellos”, explica.
Algunos días antes de que intentaran secuestrarle, varias jóvenes que ejercían la prostitución en Medellín fueron asesinadas. Ahora, el crimen en Cali del activista Álvaro Rivera coincide con la aparición en distintas ciudades de unos panfletos anónimos con amenazas a prostitutas –incluyendo a transexuales–, drogadictos y ladrones. “Ya los tenemos identificados (…). Esta limpieza se necesita”, advierten. La portavoz de Colombia Diversa asegura que sus autores son paramilitares desmovilizados que vuelven a organizarse en las ciudades, haciéndose con el control de los barrios en los que cientos de transexuales ejercen la prostitución.
“Sólo” por repartir condones
Daniel y Marcos, una pareja que ha pedido proteger su identidad bajo estos nombres ficticios, frecuentaban uno de los lugares señalados por los paramilitares: Chapinero, el barrio gay de Bogotá. Acudían por las noches para repartir condones e información sobre el sida. Hace dos años, fueron increpados por un paramilitar. Luego comenzaron a recibir llamadas amenazantes. “Maricas de mierda, cierren el pico y dejen de trabajar con los del sida o les vamos a tener que enseñar a ser hombres”, les advirtieron en reiteradas ocasiones.
Tras denunciar su caso ante distintas instancias gubernativas y policiales, Daniel y Marcos buscaron refugio en España. En julio iniciaron los trámites para pedir asilo. Tres meses después, la Oficina de Asilo y Refugio, dependiente del Ministerio del Interior, les respondió que la solicitud había sido rechazada debido a que no reunían el perfil de activistas: a ellos “sólo” les amenazaban por repartir condones. Tras ser asesorados por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), han apelado esta resolución y están a la espera de una respuesta. A Colombia, aseguran, ni se les ocurre volver.
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