El temor a dejar de ser homosexual o lesbiana o a dejar de serlo.
Por Manuel Velandia
España, julio de 2009
Los padres, las madres, los maestros y maestras, los sacerdotes, las monjas, chamanes, popes, pastores, científicos tienen el temor de que no seamos hombres masculinos o mujeres femeninas y heterosexuales, pero algunos/as maricones[1] y bolleras[2] temen que a los homosexuales se les identifique como afeminados y a las lesbianas, masculinizadas.
Su temor se fundamenta en una ideología sexista, machista, falocrática, heterosexista y misógina que ha permeado a todas las culturas, hasta el punto que en todas se ha reproducido un “deber ser” del cuerpo, del sexo, del género, de la sexualidad, del placer e incluso, del “deber hacer” con el cuerpo, los genitales, la palabra y hasta el pensamiento de los hombres y de las mujeres.
Toda transgresión a ese modelo, en el intento de “estar siendo” lo que hemos “querido ser”, se condena con la cárcel, la muerte, la exclusión social, la sanción social, el desplazamiento forzado, el asesinato y otras formas más refinadas de crímenes de odio.
Se nos ha imbuido a creer que dicha ideología es la verdadera y en consecuencia, defendemos, actuamos y exigimos que otros/as/es la asuman y la vivencien; pero el género como todo elemento ideológico es una construcción social, un acuerdo espacio temporal propio de una cultura, e incluso, construido en una subcultura. Lo que es masculino aquí y hoy, no necesariamente lo será mañana, ni lo fue ayer. Lo que está siendo masculino hoy y aquí, no necesariamente lo es en otro lugar, en este mismo país, en otro país o en otro continente. Lo que es masculino aquí, puede ser parte de la feminidad en otra cultura.
Masculinidades y feminidades tienen variaciones tan particulares que puede afirmarse que hay tantas masculinidades y feminidades como seres humanos se asumen masculinos o femeninos.
Por qué tendríamos que ser masculinos o femeninos, por qué tendríamos que jugar en ese binarismo masculino-femenino. Por qué no podemos transitar hacia la masculinidad o hacia la feminidad, por qué no vivir en la androginia, por qué no podemos ser hoy esto y mañana aquello.
Los pensamientos judeocristiano y positivista (aun cuando parezca redundante) nos llevan a pensar que sólo hay una opción posible, pero si fuéramos realmente autoconstruidos, autodeterminados, sujetos plenos de derechos entenderíamos la importancia que tiene experimentar otras emociones, otras vivencias, otras explicaciones en las que el único límite es la felicidad.
La sociedad rechaza a quienes transitan ya sea en el género, en el cuerpo, en la orientación sexual o en sus expresiones comportamentales sexuales, porque estos seres autónomos y autoconducidos son/somos peligrosos por negarnos a aceptar el estatus quo de la sexualidad oficial, desde el que se pretende olvidar que el género es una construcción biopolítica y cultural.
Las situaciones de discriminación por las que pasa quien transita en el género se basan en el poder que se le otorga a la masculinidad. La sociedad acepta los tránsitos corpóreos cuando estos ratifican el imaginario popular del deber ser para el cuerpo-genero; por ello generalmente no sorprenden los tránsitos que ha hecho con sus tetas Pamela Anderson o el cuerpo machificado de Cristiano Ronaldo, pero por esa misma lógica tampoco ha de asombrarnos que ni los/as mismos/as LGB acepten los tránsitos de aquellos/as a quienes identifican/mos como “trans” o las diversidades de sus congéneres LGBTTTIQ.
Hay una multiplicidad de posibilidades en el cuerpo. Como afirma Beatriz Preciado, no hay dos sexos, sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales. Algunos autores consideran que decidirse por una orientación sexual, un sexo, un género o por una forma específica de obtener placer sexual coarta la libertad para “estar siendo” lo que se desea ser. Yo me ubico en esta posición teórica y experiencial: para mí la identidad es cultural, política, relacional, por tanto móvil y se transforma en el tiempo, en el espacio, con el tipo de relaciones y re-descubrimientos que hacemos.
Desde la otra óptica, la lineal positiva, se considera que se es homosexual, lesbiana, bisexual o heterosexual y que se es para toda la vida; sin embargo, la sexualidad es tan móvil y tan única como el ser humano. En nuestro continuo “estar siendo” estamos en la posibilidad y en la necesidad de probarnos a nosotros/as mismos/as y esa permanente ansia de descubrir-se nos lleva a darnos cuenta de que aquello que creemos que somos puede dejar de serlo en un siguiente momento.
Los/as seres humanos somos deseantes… algunos estaremos siendo homodeseantes, bideseantes, heterodeseantes o lesbicodeseantes, pero no por estarlo siendo somos homosexuales, lesbianas, heterosexuales o bisexuales. La identidad de orientación sexual es una construcción en la que la persona va re-descubriendo-se poco a poco; algunas veces ese proceso se hace muy rápido, otras es demasiado lento, pareciera que hay un punto final en el que la persona conoce hacia quien orientar tus afectos, erotismo y genitalidad y que ya tiene definida su orientación sexual.
En dicho momento se considera que se han definido cuatro aspectos -deseo, erotismo, afectividad y genitalidad- que se conjugan hacia alguien del mismo sexo, y a partir de ello si a dicha persona se le ha identificado socialmente como mujer y se orienta por un hombre, entonces su orientación sexual será hetero y se le hetero-etiqueta heterosexual, pero si su sujeta es otra mujer entonces se asume que es lesbicodeseante, lesbicoafectiva, lesbicoerótica y lesbicogenital, y en consecuencia se le hetero-etiqueta lesbiana, pero aun esta persona tan solo se auto-identificara lesbiana hasta cuando se asuma identitariamente y para sí misma como tal. Igual sucede con un hombre al que se le hetero etiquete homosexual porque se le asume homodeseante, homoafectivo, homoerótico y homogenital, tan solo será homosexual hasta cuando él se asuma a sí mismo e identitariamente como tal.
Sin embargo no todos los seres humanos se auto-identifican bajo uno de los rótulos de las orientaciones sexuales, porque no se identifican como homosexuales, lesbianas, bisexuales o heterosexuales, sino que pueden experienciar-se en posibilidades tan diversas como por ejemplo, auto-identificarse bideseantes, homofectivos/as, bieróticos/as y heterogenitales
y ser auto y hetero-definidos como heterosexuales o simplemente, no auto-definirse en una orientación sexual determinada.
Entonces cabe preguntarse, por qué la necesidad de definirse homosexual, lesbiana, transexual, transgénero o bisexual. En algunos casos la necesidad pareciera ser mas externa que particular, en otros es a la inversa, en algunos mas no existe esa necesidad. Yo, por ejemplo, hay días en los que estoy siendo una mariquita, loquita, con plumas y algo femenina; otros días estoy siendo un maricón machificado, pero a la largo hay días en que ni siquiera estoy siendo algo concreto; es más, ni siquiera tengo tiempo, deseo o necesidad de hacerlo. Hay periodos, días o momentos en que permanezco de forma algo constante en un estar siendo aun cuando también tengo claro que me planteo una especie de horizonte, un querer ser, aun cuando también vislumbro que dicho querer ser igualmente está siendo móvil, tan móvil como yo mismo y mi identidad.
Cuando me he definido, por ejemplo homosexual sé que mi vivencia no es similar a la de otros que se asumen homosexuales, ello me lleva a comprender que no existe la homosexualidad como tal sino que hay tantas homosexualidades como personas se están asumiendo homosexuales, pues las homosexualidades, las lesbianidades, las heterosexualidades, las bisexualidades son construcciones conceptuales, emocionales y experienciales únicas y particulares.
Cuando se folla con alguien (o como se desee llamar a ese acto genital y algunas veces afectivo y erótico) se está construyendo una relación única que no repite experiencias previas, pero que si se basa en construcciones particulares edificadas a partir de referentes externos; nuestros orgasmos tan sólo pueden tener como referencia a nuestros propios orgasmos, en tal sentido la vivencia de la orientación sexual de cada sujeto es tan única como el sujeto mismo, aun cuando al explicación sea similar en algunos de sus elementos a las de otros en su entorno geopolítico.
La construcción identitaria es tan cultural, tan momentánea y tan ecosistémica como lo somos nosotros/as/es mismos as/es, pero queremos que el nombre y la explicación permanezcan, como si la identidad fuera la denominación y esta su explicación.
Analizar e interpretar la construcción de la identidad sexual ha implicado partir de la reconstrucción del texto sobre la sexualidad, que es elaborada básicamente por Psicólogos, especialistas en sexualidad, sexólogos y educadores sexuales como una manera de interpretar la realidad sexual y sobre todo poder clasificar a los/as/es usuarios/as de sus servicios o posibles pacientes en sus imaginarios particulares y profesionales.
Las denominaciones y las percepciones sobre las identidades igualmente son tan móviles como las vivencias particulares; solemos ver relaciones homosexuales en las ánforas y platos griegos, pero las relaciones entre los filósofos mayores y los jóvenes no se construían como muchos siglos después las imaginaba en su tiempo Karl María Kertbeny al acuñar en 1869 el concepto “homosexual”, tampoco como muchos de los traductores que suelen encontrar pasajes eróticos claramente “homosexuales” en los textos de la filosofía griega, como por ejemplo en “El Symposium” y “El Banquete” (Platón) o como lo explican la OMS, la Asociación Psiquiátrica Americana o las organizaciones LGTB en España, Argentina, Colombia, cualquier país asiático o africano, que a decir verdad, cada una lo explica de una manera única y particular, sin por ello lograr definir a quienes en sus espacios se ponen dicho rótulo.
[1] En España se usa maricón para denominar-se en masculino.
[2] Bollera es usado coloquialmente en España para designar-se lesbiana, no se considera despectivo. Originalmente si lo fue; la palabra proviene de bueyera, la mujer que cuida los bueyes, que era una actividad considerada “masculina”; en América Latina se identifica la palabra con la raíz “bollo” (un tipo de bizcocho) y lo asocian a “arepera” o “tortillera” (Torta circular y aplanada hecha con harina de trigo o de maíz), nombre despectivo con el que se denomina a las lesbianas.
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