Por Manuel Antonio Velandia Mora Ph. D.
España, Febrero 2012
Hay algo que algunos gay intentan y que es imposible: creerse las propias mentiras, pero más preocupante aun es creer que porque nosotros nos las creemos, los otros también nos las creen.
"A mí no se me nota", "mi familia no sabe", "yo solo soy activo" y "yo nunca voy a esos sitios" son las cuatro mentiras más famosas y frecuentes en la gran diversidad LGTB.
“A mí no se me nota”
No hay marica sin pluma; no hay lesbiana, por muy Barbie que sea, que no se le salga su pequeño camionero de vez en cuando; no hay trans que deje de ponerle su toquecito del género abandonado o del genero buscado a su atuendo cotidiano; no hay bisexual que logre ocultar que ciertas miraditas se le escapan frente a su novio o novia de turno cuando pasa alguien del otro género y realmente le atrae. Es por eso que algunos creen que lo gay es genético y no simplemente social.
A todos se nos nota, a unos más que a otros. Por su puesto si la persona LGTB no tiene desarrollado su sexosentido (que le permite saber si alguien lo es) y su maricómetro, lesbianómetro, transitómetro o bisextómetro (que le posibilita saber cuánto) le será mucho más fácil diagnosticar la realidad, pero aun así tiene sus aciertos.
Recuerdo que Johana, la hija de una muy buena amiga, cuando tenía cuatro años ya había desarrollado sus índices de medición. Nos tenía sorprendidos a todos. Nos decía a tal o cual le gusta “el arroz con pollo” y tenía ojo clínico. Tenía tal destreza que nosotros jurábamos que no era así y en muy poco tiempo teníamos que reconocer que estábamos equivocados; por eso dice el dicho popular “ojo de loca no se equivoca”.
Haber estado rodeada de tanto maricón desde su nacimiento le desarrolló una agudeza que yo no he logrado desarrollar plenamente en mis cinco años de vida en España. Eso quiere decir que el sexosentido y el maricómetro no funcionan en plenitud en otros lugares del mundo, pues algunos gestos que en Colombia son “plumas” en otras regiones del planeta son “machas” (ej: besarse entre hombres, la “falda” de los hombres escoceses).
Haber estado rodeada de tanto maricón desde su nacimiento le desarrolló una agudeza que yo no he logrado desarrollar plenamente en mis cinco años de vida en España. Eso quiere decir que el sexosentido y el maricómetro no funcionan en plenitud en otros lugares del mundo, pues algunos gestos que en Colombia son “plumas” en otras regiones del planeta son “machas” (ej: besarse entre hombres, la “falda” de los hombres escoceses).
“Mi familia no sabe”
No hay madres bobas; hay las que prefieren hacernos creer que lo son. Bueno, lo que realmente sucede es que muchas mamás prefieren pasar por tontas que preguntar y confirmar lo que siempre han sabido. Los padres suelen ser un poco menos perspicaces, también es verdad.
Las madres saben quiénes nos llaman o nos visitan; conocen que bajamos la voz cuando se acercan y que solo son personas del mismo sexo nuestros amig*s que algunas veces se quedan en casa; evidencian el aprendizaje de nuestra última pluma y reconocen cuándo en su closet han cambiado de posición sus zapatos, vestidos, accesorios o los de su marido o hermanas, según el caso.
Las madres que nos conocen desde siempre, saben cuándo estamos enamorados, cuándo ha habido rompimiento, cuándo el desamor nos está matando. Las madres saben pero no esperan que nuestra voz reafirme su saber, es lo último que se esperan; pero aun así también tienen claro que la molestia no les durará muchos días, porque el problema no está en ellas sino en el peso que suele tener el “qué dirán” y en peso del closet que algún*s llevan sobre sus propias espaldas.
“Yo solo soy activo/ yo soy la “mami” de esta relación”
Recuerdo la sorpresa que se pegó una amiga con quien compartí durante algún tiempo el apartamento, cuando se dio cuenta que yo había oído que su novia la llamaba “papito”. Bueno para mí era bien claro que con esos mocasines y una chaqueta de cuero más masculina que las mías, su actitud era una feminidad algo “extraña”, pero también era cierto que esa mierda no me importaba. Bien dicen en Santander que “depende de cada uno hacer de su culo un candelero”.
Jaimito, un amiguito que murió en México hace algunos años, me decía que le emputaba salir con un gay de esos que juraban ser machos y cuando llegaban a la cama no había poder humano que le cambiara la posición de “cubito abdominal” a “cubito dorsal”; que por eso prefería aclarar desde el principio que lo que le encantaba era que “se lo comieran”, así eso le corriera de una algún posible partner.
A algunos homosexuales no es que les duela tanto el culo como el cerebro, pero hay algo verídico: cuando logran probar algo de placer del tipo que se niegan a aceptar, no hay dolor anal o mental que les bloquee su incursión en los placeres prohibidos.
“Yo nunca voy a esos sitios”
En cierta oportunidad conocí a un personaje a quien llamé “nuestra virgen santísima”. Estábamos de paseo por Ámsterdam en un evento internacional y nos llevaron a conocer una sauna famosa, el personaje en mención nos dijo que él prefería no ir a esos “antros de perdición” y prefería salir sólo a conocer la ciudad. El tour continuaba con un recorrido por un parque de ligue; cuando llegamos allí, cuál no sería nuestra sorpresa al encontrárnoslo. Una vez más se nos perdió y varios minutos más tarde lo encontramos de nuevo. Nos dijo que había preferido sentarse a esperarnos para regresar con nosotros. Recuerdo la cara de sorpresa que puso cuando le recomendé limpiarse el chorrito de semen que cual recuerdo le habían dejado sobre uno de sus zapatos.
En otra ocasión, un amigo dijo en una de nuestras reuniones que nunca había ido a un bar gay bogotano conocido como “El Polo” (lugar en el centro de la ciudad donde van predominantemente hombres de estratos populares a escuchar música carrilera y de cantina) porque le parecía “Lo peor, muy vulgar”. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando a la noche siguiente fuimos al dichoso lugar a entregar volantes para mi campaña política de la época y lo sorprendimos sentado sobre un bulto de patatas tomando cerveza (ya imaginarán sus ojos desorbitados al vernos llegar).
Estos casos son sólo botones en una mercería. Algun*s tienen que emborracharse, excusarse en el reciente rompimiento o simplemente pretenden hacernos creer que esta es “su primera vez” en vez de reconocer de una vez por todas que tod*s somos put*s y andamos buscando lo que no se nos ha perdido, o que tenemos gustos musicales o estéticos que son auténticos “placeres culposos”. El problema no es ser put*, sino perder la compostura y no hacerlo con clase. No porque primero sea en glamour, sino porque si vamos a hacer algo, hay que intentar hacerlo bien. Y más crítico aún, por la seguridad propia y la ajena, hacerlo con condón.