Por Manuel Antonio Velandia Mora
España, marzo de 2012
El corazón se me hace un nudo y mis ojos se humedecen, no conocí a Daniel Zamudio pero no puedo dejar de conmoverme cuando imagino que su cuerpo fue fracturado, quemado y marcado con esvásticas.
No hay que conocer a una víctima de un crimen de odio para solidarizarse con ella. Cualquier forma de violencia debería obligarnos a no quedarnos callados, no debemos denunciar porque sean neonazis los que lo han hecho o porque sea un chico homosexual el mártir de turno, debemos no permitirnos callar porque no podemos permitir que la violencia sea el lenguaje cotidiano para zanjar las diferencias.
Probablemente a mí este tipo de situaciones pueden emocionarme más que a otras personas: aun cuando ya no tengo grandes crisis cuando escucho una explosión, no tengo actualmente guardaespaldas que me acompañen a dar mis clases en la universidad, puedo ir tranquilo a un restaurante sin tener que pensar si hay una puerta de emergencia o si puedo esconderme bajo la mesa, ya no tengo que ubicarme en un lugar desde el cual pueda visualizar a todo el que se acerque y ya no debo dudar de un hombre que me haga propuestas sexuales pensando que pudiera ser alguien que ha sido contratado para asesinarme, no todo es tranquilidad; me emociono no solo por lo que me ha sucedido sino especialmente porque debo estar refugiado en otro país y estar lejos, físicamente, de los seres que he amado y perderme los abrazos de quienes me siguen amando.
La LGTBIQfobia llevada al extremo en las diferentes versiones de los crímenes de odio nos muestran que tan difícil es asumirse en estos tiempos homosexual, lesbiana, transexual, bisexual, transgénero, intersexual o queer y porque siguen siendo importantes las organizaciones y personas que sirven de espacio de apoyo emocional para quienes deciden hacer su coming out.
En la medida en que muchas más personas estén en su proceso de Establish It self y se autoricen a vivir plenamente su identidad sexual las derechas sexuales encontrarán muchos más motivos para vulnerar a l*s diferentes. En la medida que las minorías sexuales exijan más derechos la sociedad encontrará muchas más razones para vulnerarl*s, es por ello que las organizaciones, líderes/lideresas y personas que se autorizar a vivir su “querer ser” deben tomar conciencia de su rol político y de los riesgos de la visibilidad.
Ya me decía León Zuleta que “Prepararse para ser líder siempre significa estar dispuesto a la violencia”, solo que León no logró prever lo que a él iba a sucederle y mucho menos, que ya no hay que ser líder para convertirse en víctima y que ciudadan*s comunes y silvestres se transforman en el objetivo de cualquiera que no acepte cualquier forma de diferencia, a lo que hay que sumar el inconveniente de que en Colombia estamos tan acostumbrados a la violencia que ya no es noticia asesinar homosexuales y que estos casos no se investigan, ni siquiera los más espeluznantes como cuando travestis han sido descuartizadas y los pedazos de su cuerpo repartidos por la ciudad.
Deberíamos no olvidar algunos proverbios chinos que nos dejan importantes enseñanzas: “Cuando hay cenizas en la morada del vecino el fuego puede llegar a nuestro hogar”; “Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa”; y, “Mal acabará quien pretenda adentrarse en el futuro, ignorando lo que sucedió en el pasado, porque entonces no vivirá el presente”.
Una llama encendida en homenaje a Daniel Zamudio y a much*s anónim*as que en Colombia y otros lugares del mundo han sido asesinad*s y convertidos en víctimas en la lucha por nuestros derechos.